Y no se negará que la lectura “correcta” de una partitura
(la del que sabe leerla) consiste en “oír” la música callada de los signos.
José Luis García Barrientos
I begin to give in with no hesitation
Can’t help my infatuation
Christina Aguilera
La distancia del pasado es algo de lo que no podemos escapar, aunque lo intentemos por muchas vías, aunque asistamos a terapia, aunque enterremos los recuerdos bajo las siete llaves. Siempre hay un reducto que nos acompaña y al que nos aferramos, porque sí, el tiempo es una dimensión que nos ciega, que nos fractura en su irremediable paso.
Sin embargo, no todos los viajes al pasado son desagradables. Yo, particularmente hoy, recuerdo uno de esos momentos ligados al teatro que no podré olvidar jamás. Apenas conocía algo -bastante básico- de la escena y me aventuré a asistir a una de las temporadas que tuviera Delirio habanero (1994)*, del dramaturgo cubano Alberto Pedro, que ha dirigido Raúl Martín para su grupo Teatro de la Luna.
Recuerdo mi llegada a la sala Adolfo Llauradó y ver un mundo de gente afuera, pensé que estaba equivocado de dirección porque no concebía que se reuniera tanto público para ir al teatro. Sin embargo, estaba en el lugar indicado, había un portero negro con un traje rojo en la puerta, al que le pregunté para cerciorarme de que estaba en lo correcto, y con el que negocié los términos para ver la puesta, ya que por muy temprano que fuera, las entradas se habían agotado. Así, de manera instintiva logré entrar en la sala, que, pasados más de diez años, y al rever online el montaje por un nuevo elenco, descubro que el portero negro es una referencia al texto del dramaturgo y uno de las aspiraciones de Varilla.
El tiempo nos marca de muchas maneras, y cuando miramos hacia atrás, solemos editar algunos detalles de los recuerdos, como acabo de hacer en mi experiencia. Porque hay ciertos malabares que nos obligan a pensar(nos) fuera del concepto que tenemos de nuestras propias habilidades. Es curioso cómo la transgresión nos coloca en un posible limbo del que intentamos escapar, porque no se siente bien estar a la “buena de Dios”. Tener control de nuestras vidas y acciones es una fortaleza que nos inculcan desde pequeños, mas no precisamente es lo correcto siempre.
Cuando se trata de vivir otras experiencias, de comulgar con el arte y “sentir”, lo que se dice sentir, exponerte, no podemos estar coactados por una seguridad en el comportamiento, o un “deber ser” social. Cuando nos abandonamos a la dimensión artística hay un contrato riesgoso que debemos aprehender, llevar en el regazo mientras estemos bajo su ala. Por eso muchas puestas en escena discurren sobre la libertad de sus personajes y pensamos: son imágenes que se pierden en el limbo de un espectador ideal. Y es que nos rehusamos a posicionarnos en el ojo del huracán.
Cuando descubrí el verdadero sentido de la pieza de Alberto Pedro, quizás ya era tarde para devolverle “el favor” que me había hecho el portero. Por eso hoy lo recuerdo y escribo este artículo, para que otros no pierdan la oportunidad de entrever los valores de las piezas de arte por bloqueos políticamente correctos. La obra del dramaturgo discursa sobre algo tan añejo como el amor a la patria. Las voces de los personajes, los textos y las canciones que se muestran en la escena no persiguen otra cosa que una regresión constante al pasado y una vuelta al presente de nuestras glorias bohemias, musicales; de ahí que sus protagonistas sean precisamente El Bárbaro, referencia a Benny Moré, y La Reyna, referencia a Celia Cruz.
Escrita en medio del período especial y con un interés evasivo, como el que aflora cuando las condiciones contextuales se ponen feas, Delirio habanero es un salto al inconsciente. Es la viñeta de una noche en la que se reúnen, como todas, tres personajes, tres locos de la vida: Varilla, El Bárbaro y La Reyna.
Hay muchos temas que se discuten cuando los personajes comienzan a rebelarse: el miedo, la migración, la locura v/s la cordura, la identidad, el pasado, el anhelo de un futuro mejor, la condición sagrada de la música, el racismo, et al. Porque cuando ocurre el milagro del encuentro de estas tres leyendas del pasado bohemio cubano, de las noches de fiesta, música y feeling, en La Habana, no queda otra opción que imaginar que es posible un retorno a donde fuimos felices. La memoria regresa a convertirse en el lugar para habitar un tiempo utópico, una dimensión paralela capaz de bloquear lo que realmente ocurre fuera de los muros del teatro.
La historia modifica la narrativa que rodea al bar nuevo, la versión mejorada del Varilla´s Bar, para implicarse en las historias de vida de los personajes. Quiénes son, por qué se reúnen cada noche, cuáles son las preocupaciones que los han colocado en el lugar actual, cuáles son las rivalidades que existen entre ellos y cuáles sus anhelos, cómo ha sido su viaje hasta el presente y por qué hoy comparten la ilusión de un nuevo proyecto juntos.
El dramaturgo escoge estos personajes para hablarnos de una suerte de reflejo. Y este es uno de los giros temáticos que se agradecen de la puesta. A medida que se va desenredando la historia conocemos que no sólo estamos descubriendo una ficción, sino la sátira de nuestra propia vida. Cuando Varilla dice “este es un lugar secreto” no se refiere al Bar per se, sino a la capacidad que tenemos de crear un espacio único, donde la energía de sus habitantes dibuja el aura de una comunidad sin importar más que sus aspiraciones.
El Varilla´s Bar es un oasis en la ciudad, porque realmente no produce más que ilusiones, es el holograma del que nos asimos para sobrevivir cuando las cosas se ponen feas, realmente feas. El espejo de Alicia que nos lanza a un portal donde las ideas más descabelladas cobran vida. Podemos pensar el Bar como un microcosmos de la nación, y así fueron las palabras de El Bárbaro “en el Varilla´s Bar entra todo el mundo”. La administración no se reserva el derecho de admisión, porque es un espacio que no ocupa una geografía determinada. Todos cargamos con el Varilla´s Bar, y aunque parezca bizarro, irónico, es una de las enseñanzas que nos dejó el Período Especial.
Hay una tesis sumamente seductora en el texto de Alberto Pedro, y es que existe una contradicción en el cuerpo de la trama que provoca nuestra cercanía una vez que la conocemos. Si nos tomamos algunas licencias creativas, como espectadores contemporáneos, expuestos a los más disímiles lenguajes visuales, comprendemos que las historias pueden trascender su esquematismo para posicionarse en el espejo como psicología terapéutica. En tanto así, la vida de los personajes, la autoficción producto de su memoria se relaciona desde la oposición con la autoficción de un país narrada a partir de las microhistorias de sus personajes. Es decir, se muestra una dinámica de enfrentamiento-absorción que dibuja la coreografía de una vivencialidad de los cubanos como isleños.