La derrota (notas para el arte cubano)

La derrota (notas para el arte cubano)

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El arte cubano experimenta hoy uncansancioevidente. Pocas veces ha vivido períodos donde la producción estética se muestre tan poco significativa. Si para el 2012, aproximadamente, cierta crítica apreciaba una “salud inquebrantable” en el panorama plástico insular, en estos momentos el espectáculo se muestra bastante desafortunado.Me estoy refiriendo, sobre todo, a los ánimos de incidencia en el contexto cultural más reciente, cuando ningún suceso expositivo o aisladas acciones artísticas alcanzan a despertar el interés del público o la crítica. Aun cuando coincido en la tesiscon que opera Rafael Rojas en “La utopía y el adiós” (recién publicado en Hypermedia magazine), la verdad es que esa radicalización política que él detecta en el tránsito de los noventa a los dos mil —radicalización que tuvo lugar en poéticas aisladas—, ha desaparecido en el comportamiento de la generaciónmás joven. Esa representación crítica que potencie el arte desde las inmediaciones de lo estético, se halla, en la actualidad, en plena crisis.[1]

 

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Son contados los nombres que proponen soluciones audaces, sin importar el registro formal o las perspectivas temáticas desde las que se expresen. Por supuesto, contamos con creadores de mérito (los menos, ciertamente) capaces de violentar el marasmo expositivo de la ciudad con criterios de realización rigurosos, orientados a explorar terrenos notables de la creación contemporánea.[2]¡Pero las excepciones no componen el arte cubano! La crítica entre nosotros suele ser poco exigente y bastante conformista, limitándose, la mayoría de las veces, a la descripción y la clasificación cartográfica del entorno, cuando su verdadero cometido debería ser arriesgar juicios, escrutar las zonas más significativas e impugnar todo esetropel que pretende hacer pasar gato por liebre. Constantemente se suceden exposiciones donde la evidencia del comercialismo (necesario) agota la sensibilidad artística; proyectos curatoriales colmados de improvisación, faltos de rigor en la escogencia de las obras y preocupados solo por colgar cuadros en la pared.[3]Paradójicamente, cuando las proyecciones independientes cobran cada vez más fuerza y autonomía, el paisaje curatorial sufre una inercia lamentable.

 

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Son escazas las propuestas del contexto actual donde se pueda apreciar verdaderas manifestaciones de envergadura creativa. Paso a paso, las estrategias promocionales y la praxis misma de las artes visuales del país se reducen a presentar los autores “del catálogo”, ocupar los espacios expositivos, cumplir los planes de trabajo institucional, generar discursos críticos descomprometidos, intentar posicionarse en los circuitos culturales más por entusiasmo que por reales intereses artísticos. Según avanza el siglo y Cuba se instala en el escenario de la globalización, la plástica tiende a participar, con total desenfado, de la lógica del mundo del espectáculo, cuando debieran encontrar aquí la oportunidad para ensayar textualidades capacesde disparar el curso de sus manifestaciones.Un recorrido por los espacios expositivos de La Habana no hace más que evidenciar la pobreza del imaginario estético de los artistas jóvenes, esos que empiezan a colocar/apuntalar sus nombres en el escenario de la visualidad cubana. Es curioso que, en un tiempo de distanciamiento del proyecto ideológico erigido tras el triunfo del 59 —ahora que el país ve su identidad sometida a un número considerable de reformulaciones y la ética ciudadana se somete a un franco proceso de repostulación—, las acciones del arte jueguen a la seducción financiera, la pasividad estética, al lugar común y el deterioro de las capacidades inventivas, teniendo ante sí la contingencia propicia para un auténtico vuelco discursivo.

 

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El ejemplo más elocuente del estado agónico que sobreviene es la recién inaugurada edición de Post it. El saldo general es un gran número de piezas donde los autores parecen entretenerse en ejercicios escolares de bajo alcance expresivo en el trabajo con los disímiles soportes y de una irregular competencia para proyectar sus preocupaciones conceptuales. (Sin contar con que la curaduría no supo organizarel recorrido de forma tal que las escasas obras de valor pudieran apreciarsemejor). Casi todos los trabajos sudaban elementalidad en la realización, pobreza en las ideas, puerilidad en las soluciones formales, criterios estéticos bastante pobres, falta de organicidad en el tratamiento temático. Falta originalidad. Se necesita una diversificación de las construcciones y menos superficialidad en los planteamientos.Nuestros artistas parecen tan entretenidos con las desproporciones del espectáculo globalizatorio, que sus artificios creativos están faltos de rigor y solidez conceptual, y con esto quiero decir: destreza e identidad estilística, capacidad dialógica, expresividad en la plasmación de ideas, cualesquiera que estas sean. Sin embargo, lo más lamentable es confirmar una sospecha que se mueve por la ciudad como pan caliente, y salta a la vista en otras tantas exposiciones: la cantidad de epígonos de la generación que emergió a principios de los años cero.

 

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Si bien la crítica ha llamado la atención sobre los créditos renovadores arrojados por esa hornada de creadores que, procedente de la Cátedra de Arte de Conducta, restituyeron la capacidad problematizadora de nuestro arte, desde directrices conectadas con algunas de las sensibilidades más notable del globo;si bien vitoreó la recuperación de la pintura con autores como Alejandro Campins, Niels Reyes o Michel Pérez —quienes, en puridad, han perdido, en los predios de un mercado tan rústico como tentador, todo ese carácter hegemónico con que incidieron en la visualidad nacional de su promoción en adelante—, de aquellos momentos a este instante, el horizonte elástico, abierto a todo tipo de posibilidades lingüísticas posibles, sufre ahora un franco desfallecimiento.De entre el repertorio genérico actual, quizás el medio que reporte las peores experiencias sea la pintura. El Centro de Desarrollo de las Artes Visuales acaba de inaugurar una muestra colectiva(con un título poco inspirado: Cartografías de un sendero) donde, a decir verdad, la pintura no queda muy bien parada.Casi todo lo allí expuesto resulta prescindible.[4] Sin que Cartografías de un senderosea el caso paradigmático —solo es un síntoma más—,aquella alabanza urdida por críticos como Píter Ortega a la recuperación de la pintura,[5] ha dañado la salud, precisamente, a muchos artistas cubanos que ahora se esfuerzan por colocar su nombre en el circuito del arte cubano contemporáneo. No solo por la ausencia de una tesis personal o criterios solidos de construcción visual, sino por la producción de una retórica que ya cansa al espectador. Una representación que deviene empobrecimiento del contexto y la realidad del arte en la isla: mucho arte que pretendiendo tragarse al mundo, no significa nada.

 

 

 

[1] No debe confundirse la crítica sociológica, el panfleto cuasi folclórico que se practica regularmente en el arte cubano, con una producción que desde el rigor estético incida y explore la realidad cívica y política de la nación.

[2]Aclaro que me refiero, en lo fundamental, a eso que operativamente denominamos arte joven. El impacto de esos contados autores relevantes proviene de la organicidad entre la particularidad de sus ejercicios formales y la dinámica y alcance conceptual de los mismos.

[3]Aunque la curaduría resulta irregular, una excepción considerable es Índice de imágenes, de José Manuel Mesías.

[4]Otra excepción son las piezas de Maikel Sotomayor. Este artista ha alcanzado una organicidad altamente expresiva en la articulación entre tratamiento formal y especulación conceptual. Su pintura es el registro de una atmósfera de meditación alrededor del paisaje como expresión del estado interior del ser y como realidad espacio-temporal que trasunta las disquisiciones emotivas y existenciales del sujeto.En un montaje coherente entre su imaginario personal y su destreza para la representación textual, se erige como una de las obras más prometedoras de estas circunstancias. Hay en sus piezas no solo destreza técnica, evocación visual y calidad en la factura, sino rigor en la combinación de las ascendencias culturales, carácter en la construcción de su expresionismo lírico. El vigor y la expresividad de su técnica es capaz de sostener toda la extensión del sentido propuesto. Por último, Maikel es un excelente titulador, cosa escasa por estos lares.

[5]Esa generación que arriba a las galerías entrados los primeros años del siglo, alcanzó por medio de la manipulación textual de códigos provenientes del pop, el neoexpresionismo, el diseño industrial, el bad painting, etcétera, hallazgos de estilo francamente notables.

Angel Perez

(San Germán, 1991). Ensayista y crítico. Licenciado en Historia del arte en 2015. Textos de su autoría aparecen en diversas publicaciones periódicas.