La ausencia de registros audiovisuales históricos, determinó la casi completa invisibilización de genocidios como el acaecido en la Cambodia del caudillo Pol Pot —quien rebautizó al país como Kampuchea Democrática— y sus jemeres rojos entre 1975 y 1979. Esto no detuvo al realizador camboyano Rithy Pan, más bien lo estimuló a evocar y problematizar estas épocas en documentales como S-21: La máquina de matar de los jemeres rojos (2003) y La imagen ausente (2013), donde el imago perdido es reconstruido a fuerza de recuerdos personales y recreaciones. Lo mismo sucede con las matanzas anticomunistas de 1965 y 1966 en la Indonesia del general Suharto, repasadas y evocadas performáticamente por sus propios gestores en otra obra imprescindible: The Act of Killing (Joshua Oppenheimer, 2012).
En ambos casos, apenas subsistían algunas grabaciones y fotos, casi siempre de corte oficial, épico y propagandístico. Como las cintas de ficción urdidas con torpeza por los respectivos poderes camboyano e indonesio para su auto enaltecimiento y justificación. O algunos registros de actos masivos muy formales, pletóricos de sonrisas de hojalata y hambre apenas disimulada. Por eso, de cierta forma, La imagen… y The Act… se convierten en discusiones, contrastes e impugnaciones, desde el presente de los realizadores, con estos exiguos registros contemporáneos sobrevivientes.
Sobre tal sendero discursivo viene a colocarse la joven realizadora cubana Carla Valdés León para urdir el entramado dramatúrgico de Días de diciembre (2016). Un documental que escruta repercusiones actuales de la guerra en Angola (extendida de 1975 a 1991) en las familias de los cubanos caídos en combate, en los veteranos militares y periodísticos. Hurga bajo el más común y difundido sistema de representaciones con que se conoce este episodio bélico transoceánico. Dígase el serial dramatizado Algo más que soñar (Eduardo Moya, 1984), o pocas películas documentales como Corresponsales de guerra (Belkys Vega, 1985), Roja es la tierra (Rigoberto López, 1986) y varias emisiones del Noticiero ICAIC Latinoamericano.
Obras todas que, amén sus inevitables diferencias de estilo, comulgan en el tono épico, patriótico, encomiástico de las más de dos mil inmolaciones a una causa trascendente, más grande y valiosa que cualquier individualidad sacrificada en su altar. Lo mismo para la ceremoniosa Operación Tributo del 7 de diciembre de 1989 —debidamente grabada— y sus posteriores evocaciones hasta el presente, que Valdés interconecta con efectiva elipsis visual y preciso montaje sonoro hacia las primeras secuencias de la cinta.
La propia voz reflexiva de la realizadora —con no pocas carencias de modulación, tono e inflexión, pero su voz al fin y al cabo—, superpuesta a las imágenes, solemnemente hieráticas, sienta las bases de esta discusión; que se extenderá a sus propias pesquisas en los archivos disponibles en la actualidad, tan oficiales como pude serlo la revista Verde Olivo, órgano oficial de las fuerza armadas nacionales. Pletórico de fotografías de actos militares y sepelios masivos de los caídos que tuvieron lugar en 1989, en Días de diciembre el dolor de los familiares irrumpe, se impone, protagoniza y desborda.
Detonan entonces mil sugerencias sobre el carácter rizomático de la guerra (la de Angola, todas las ocurridas y las por venir), que trasciende victorias y derrotas táctico-estratégicas, que rebasa los macro-relatos históricos y los justificativos políticos por más nobles que sean. La añosa Fela (protagonista del primer acto del documental) perdió a sus dos hijos mayores en Angola y en la más nebulosa incursión cubana en Etiopía, y aun se aferra a sus imágenes entre las brumas seniles de su mente, en detrimento de sus tres hijas vivas y presentes, a quienes no reconoce.
Esta cuestión de la repercusión psicosocial de la guerra es una perogrullada enorme, comprendida por numerosos realizadores y filmografías de todo el mundo. Pero resulta singularmente novedoso en el audiovisual cubano, donde respecto a la guerra de Angola —y todas las demás— ha primado, con casi una total hegemonía, la representación épica. Tras los pasos de Algo más que soñar, siguió la trilogía Caravana–Kangamba (ambas de Rogelio París 1990-2008) y Sumbe (Eduardo Moya, 2011), donde el tono más o menos “humano” de los personajes tributa a la glorificación del sacrificio en el campo de batalla. Para hablar solo del episodio bélico que nos incumbe.
Por eso, la ficción La emboscada (Alejandro Gil, 2015) viene a marcar un significativo detour en el enfoque del tema, al despolitizar la guerra, concentrándose en los personajes —atrapados como están en un vórtice donde la supervivencia es la única ideología—, y en los altos costes existenciales que esta presupone para los veteranos en las décadas posteriores.
Los veteranos vienen a protagonizar precisamente los siguientes dos actos de Días…, a través de la deconstrucción del ex combatiente Delfín —traumado por sus (no detalladas) experiencias de combate, dolido por el olvido y la desatención oficial a él y otros que representa—; y del corresponsal periodístico Oscar —para quien el significado de sus medallas naufraga en las arremolinadas aguas que anegan su barrio en Guanabacoa—. Esta última, una comunidad marginalizada por la indiferencia gubernamental, donde, a su decir, reencarna Angola con máscara de presente. Su caso deviene, además, epítome de la discusión constante de Carla con el imago precedente sobre Angola, pues el personaje aparece antes en la obra referida de Belkys Vega.
Oscar, además de su personalidad casi magnética y su aura seductoramente trágica y lúcida, es un obseso militante de la imagen, de su importancia para exponer, denunciar, atestiguar los azares de su época, por lo que resulta una acertada y alegórica conclusión para la película. Y termina superando con creces el epílogo, donde la directora se empeña con mediano éxito en cerrar la circularidad dramática establecida en el proemio de su documental, seducida por determinadas circunstancias poéticas.