Francisco Vicente Aguilera y Tamayo. Mayor general. Abogado y político cubano que luchó en la guerra del 68. Poseía una gran fortuna que sacrificó por la libertad de la Patria; además fue propietario de ingenios, fincas, abundante ganado y grandes haciendas, pero un cubano dotado de noble corazón y excelentes sentimientos patrióticos. Trataba como iguales y con respeto y consideración a las personas más humildes, por lo cual era muy querido. Siempre rechazó los numerosos cargos públicos y empleos que le ofrecían los gobernantes y autoridades coloniales de la Isla. Incluso, el de “regidor perpetuo del Ilustre Ayuntamiento de Bayamo”. Se incorporó a las fuerzas insurrectas, en las que alcanzó el grado de Mayor General y desempeñó primero el cargo de Secretario de Guerra, y luego el de vicepresidente de la República en Armas.
Contenido
1 Síntesis biográfica
1.1 Trayectoria revolucionaria
1.2 El Vicepresidente
1.3 Latinoamericanista
1.4 Estancia en Europa
1.5 Últimos años
2 El millonario que murió por la Patria
2.1 Riquezas
3 Mausoleo
4 Fuentes
Síntesis biográfica
Nació en Bayamo. Su familia era una de las más distinguidas y acaudaladas de la zona oriental que contaba con la admiración y reconocimiento de los pobladores y vecindarios de Bayamo, Manzanillo, Las Tunas y Holguín. Hijo del coronel Antonio María Aguilera y su mamá Juana Tamayo Infante. Tuvieron dos hijos: Antonio María y Francisco Vicente. El primero era el mayor y residía en La Habana donde murió siendo muy joven. De modo que Francisco Vicente Aguilera quedó como el único hijo en quien depositaron todo su amor y las riquezas y propiedades que tenían para que nunca le faltara nada. Siendo niño sus padres lo enviaron a Santiago de Cuba a recibir la primera instrucción y parte de la secundaria.
Luego, en 1836, se trasladó hacia La Habana para completar sus estudios superiores e iniciar la carrera de abogacía. Ingresó en el famoso Colegio de Carraguao y allí tuvo entre sus profesores a José Silverio Jorrín.
En 1843, motivado por sus ideas de libertad e inquietudes políticas juveniles, hizo un viaje de paseo a los Estados Unidos de Norteaméricacosteado por sus padres. De regreso a La Habana continuó sus estudios hasta graduarse de bachiller en leyes en el año de 1846. Por esa época al morir su progenitor retornó a Bayamo para acompañar a su mamá y ocuparse de los negocios y propiedades de la familia.
Al fallecer su padre, quien le dejó el cometido de obtener para la familia, utilizando las rentas del ingenio azucarero Pilar de Jucaibama, un título nobiliario de Castilla, aparte de continuar la tradición de poseer los de Regidor Alcalde Mayor y el grado militar de coronel de los Reales Ejércitos y del Batallón de Milicias Blancas Disciplinadas de Infantería de Bayamo y Santiago de Cuba.
El joven Francisco Vicente Aguilera, no cumplió esta encomienda. Su aspiración era subvertir la sujeción colonial que ataba a Cuba de España. Y es que en el transcurso de una generación se había operado una transformación en el pensamiento político de la familia Aguilera, como sucedió en casi toda la sociedad bayamesa. De un ideario monárquico y pro español, se evolucionó al republicano independentista.
En el año de 1848 contrajo matrimonio en Santiago de Cuba con la señorita Ana Kindelán y Griñán. Con ella tuvo diez hijos. Para él la familia constituía uno de sus principales encantos. Por eso disfrutaba bastante llevando a sus hijas a las fiestas y actividades sociales.
La toma de conciencia en Aguilera se manifiesta desde su juventud. En 1851, con 30 años, ya era miembro de la conspiración y su jefe en Bayamo, liderada por el camagüeyano Joaquín de Agüero, quien proyectaba un alzamiento separatista nacional. También participó en un proyecto, en unión de Carlos Manuel de Céspedes, que pretendía iniciar un levantamiento contra el Colonialismo español y cuyas primeras acciones serían tomar las ciudades de Bayamo y Manzanillo.
Después de la muerte de su madre, Juana Tamayo, ocurrida en 1863, inició un periplo por diferentes países de Europa y por los Estados Unidos. Este incidió en su formación, pues lo puso en contacto con las ideas políticas y económicas más avanzadas. Desde su arribo a Bayamo comenzó a elevar proyectos al Gobierno de la Isla, para desarrollar económicamente la jurisdicción, en los que se aplicaran los adelantos de la ciencia y la técnica. El más importante era la construcción de un ferrocarril entre Bayamo y Santiago de Cuba.
A partir de este momento es un revolucionario en extensión y profundidad. Su acción se manifiesta en dos aristas definidas: el logro de la independencia de Cuba, y, mientras esto no suceda, la transformación del régimen económico arcaico existente en Bayamo. Este ímpetu capitalista lo llevó a convertirse en el hombre de mayor fortuna en la región oriental de Cuba. En 1868 su caudal activo ascendía a dos millones 168 mil 54 pesos.
Trayectoria revolucionaria
En 1867 fundó el Comité Revolucionario de Bayamo. Su pensamiento revolucionario se radicalizaba. Se discutía la fecha del alzamiento subordinándola a la existencia de pertrechos militares con que enfrentar al Ejército Español. Aguilera era de la opinión que debía posponerse para poder acopiar armas. Y es en este momento cuando se compromete a trasladarse a los Estados Unidos y regresar antes del 24 de diciembre, fecha máxima aceptada por los conspiradores para pronunciarse, con suficiente material de guerra para dar comienzo a la Revolución. Los hechos se precipitaron y el 10 de octubre de 1868, en el Ingenio La Demajagua, Céspedes protagonizó el alzamiento.
Ya en la guerra, Aguilera ocupó importantes responsabilidades político-militares. Carlos Manuel de Céspedes decidió enviarlo a Estados Unidospara unificar a los emigrados y lograr el envío de expediciones con logística con las cuales abastecer las tropas del Ejército Libertador.
En esta determinación de Céspedes debieron pesar varias causas, entre ellas que Aguilera había sido partidario de esta idea antes del inicio de la Revolución, por los conocimientos que poseía en el manejo de fondos, pues había creado una fortuna millonaria, así como por su pensamiento y forma de actuar, que lo habían convertido en paradigma del pensamiento unitario. Las distintas fracciones políticas, civiles y militares, lo veían como un hombre íntegro, ético y revolucionario.
Aguilera partió a cumplir esta misión a pesar de las opiniones contrarias de sus amigos que insistían que era una habilidad política del Presidentepara alejarlo de la escena política cubana, quitarlo como posible rival, y aspirante a la presidencia. A pesar de estos criterios, estaba convencido de que en esos momentos la Patria era allí donde lo necesitaba, para resolver los problemas existentes.
El Vicepresidente
En una época en la que eran comunes las divisiones, las pujas y las intrigas, muchos no pudieron entender otra de las decisiones de Aguilera: reconocer a Carlos Manuel de Céspedes como el líder de la Revolución.
Y es que «Pancho» Aguilera había sido en realidad el fundador y cabeza de la primera Junta Revolucionaria de Oriente, creada en agosto de1867. Un año después los conspiradores revolucionarios de esta región de Cuba lo reconocen como el jefe máximo del movimiento que se gestaba.
Por eso, después del alzamiento de la Demajagua, algunos le van con chismes mal intencionados y le deslizan la posibilidad de que se haga cargo de la jefatura independentista.
Pero es evidente que al hacendado le interesaba más la redención de la nación que la jerarquía personal, por eso, al adelantarse súbitamente la fecha del levantamiento y al asumir Céspedes el liderazgo de la contienda, se pone al servicio del Iniciador, desde su hacienda en Cabaniguán, en Las Tunas. Al respecto escribió el investigador Raúl Rodríguez La O:
«Con una tropa compuesta por sus mayorales, empleados y esclavos, a los cuales les había concedido la libertad, marchó con rumbo hacia Bayamo, con el objetivo de reforzar a los cubanos en el ataque a esa ciudad, el 18 de octubre»
Proceder con esa humildad le valió para que en ese propio mes Céspedes lo nombrara General de División. Tiempo después se le confieren por sus méritos el grado de Mayor General y luego los cargos de Lugarteniente General de Oriente, Secretario de Guerra y Vicepresidente de laRepública en Armas.
Precisamente con ese alto cargo partió a Estados Unidos en 1871, país en el que, entre otras misiones, debía de zanjar las diferencias irreconciliables entre dos facciones de emigrados cubanos que decían apoyar la Revolución.
Tras la absurda deposición de Céspedes en 1873, «Pancho» Aguilera hubiera asumido la presidencia de la República, pero cuando le comunicaron esa posibilidad, señaló que no retornaría a la patria hasta que no trajera una gran expedición de armas, algo por lo que luchó con su alma.
La afirmación no nace como un cumplido. Los hechos lo demuestran: en el primer semestre de 1875 salió hacia Cuba como líder de la expedición del vapor Charles Miller, pero infinidad de problemas en la navegación hicieron retornar el barco a Nueva York, la ciudad donde se había radicado y desde donde escribió tiempo después, según recoge la historiadora Onoria Céspedes Argote:
«Estos yanquis son la personificación del egoísmo. Este es hoy por hoy el concepto y las esperanzas que me inspiran».
Como si este fracaso fuera poco, en 1876 trató de alistarse en una expedición en el vapor Anna, pero otro contratiempo lo hizo desistir de sus planes.
Latinoamericanista
El período vivido en la emigración contribuyó a radicalizar su visión sobre los Estados Unidos. Muchos cubanos soñaban con la ayuda de este país para el logro de la independencia. Como resultado de las relaciones que estableció con políticos norteamericanos y ser víctima de promesas incumplidas, evasivas, obstáculos directos que hicieron fracasar expediciones y no permitir las recaudaciones necesarias, llegó a la conclusión de que el Gobierno de esa nación nunca apoyaría a los cubanos para obtener la independencia y sentenció:
“Ayudarán a Cuba cuando Cuba se haya ayudado a sí misma. Esperar más que eso es una vaga ilusión”.
Allí, además, trató con hombres de un profundo pensamiento latinoamericanista como el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, con quien compartió una profunda amistad, lo que le permitió ser, también, el fundador del pensamiento latinoamericanista cubano, al plantear la necesidad de crear una Confederación Antillana que le hiciera frente a la política expansionista de los Estados Unidos.
Escaso fue el dinero que pudo recaudar Aguilera en los primeros meses de su estancia en Nueva York. Por eso decidió, en junio de 1872, iniciar un periplo por Europa. Le habían prometido que los capitalistas cubanos emigrados en Francia le financiarían una gran expedición.
La realidad fue diferente, y comenzó a padecer desaires, subterfugios, el dinero no fluía, las discusiones se dilataban, y los burgueses, temerosos de que sus propiedades fueran embargadas, no contribuían, o querían hacerlo sin que se supiera su nombre y por ello las cantidades que entregaban eran irrisorias. Estas limitaciones lo convencieron de que no podía obtener los recursos necesarios en París, pero aún así continuó insistiendo. Se convirtió en un misionero por la independencia de Cuba.
El periplo europeo definió el pensamiento de Aguilera respecto a la burguesía cubana que poseía importantes capitales que proteger en Cuba. Finalmente cuando abandonó París, en marzo de 1873, como resultado de un llamado imperioso que le hacen desde Nueva York al conocerse que Céspedes lo había destituido como Agente General en el exterior, tiene la plena convicción de que no regresaría jamás porque este sector de la burguesía cubana no financiaría la independencia de Cuba.
Estancia en Europa
La estancia en Europa le posibilitó establecer una ruptura que quizás hubiese sido imposible de concebir en otro momento, por que tal vez pensó que todos los propietarios cubanos tenían la misma decisión que él en sacrificar su fortuna y bienestar por la independencia de la Patria.
En sus últimos días europeos se comienza a mostrar en Aguilera una actitud a gestionar fondos con banqueros de diferentes nacionalidades, que podían contribuir a la causa cubana por los beneficios económicos que obtendrían. Se alejó, definitivamente, de la burguesía.
Su retorno a Nueva York significó continuar trabajando en el envío de una gran expedición a Cuba. Pero ahora la situación había cambiado. Ya no era el Agente General, sino un emigrado, solo lo diferenciaba el hecho de ser iniciador de la revolución y el prestigio que poseía por su honradez y desinterés por la independencia de Cuba. En estas circunstancias desarrolló su obra, sin incorporarse a las luchas intestinas que desangraban a la emigración. Y es a partir de este momento cuando quedó plasmado el perfil que hoy poseemos de él. Las dificultades por las que tuvo que atravesar, la miseria en que vivió y murió, las penurias de su familia dejó estupefactos a quienes lo conocieron.
El peregrinaje por los Estados Unidos lo puso en contacto con la burguesía cubana que había enfrentado a la metrópoli española. Aquí, al igual que en París, pudo comprobar que no obtendría los recursos necesarios. Inició un recorrido por ciudades norteamericanas con el objeto de buscar un vapor que lo trasladase a Cuba, así como para recaudar dinero. Visitó Baltimore, Filadelfia, Nueva Orleans y Cayo Hueso. En esta última se comenzaba a desarrollar un importante concentrado de emigrados cubanos, los que aportaron una cifra considerable de dinero, unos siete mil pesos, entre los meses de febrero-abril de 1874. Este desprendimiento le causó profunda impresión.
A pesar de esta demostración su pensamiento continuó considerando que las sumas para el financiamiento de las expediciones debían aportarlas los emigrados cubanos que mayor capital poseían. Por ello siguió vinculado a sectores de la burguesía cubana del occidente de la Isla, así como a terratenientes, que muchos entraban en componendas con las autoridades españoles. Estos descartaban un pensamiento independentista cubano radical. No percibió las diferencias que existían entre este sector y el que había iniciado la contienda independentista.
Últimos años
Fue tanta la desidia que padeció Aguilera que finalmente, al no poder armar una gran expedición y carente de recursos, decidió regresar a Cuba.
El 22 de abril de 1876 efectuó su último intento. Llegó a Las Bahamas, donde pretendía abordar el Buque Anna, y al no encontrarlo se dirigió a Nassau. El 12 de junio embarcó rumbo a Haití. El viaje resultó imposible. Arribó a Nueva York el 15 de agosto de 1876. Ya se encontraba gravemente enfermo del cáncer de laringe que lo aquejaba, pero aún así insistía en volver a la Patria, aunque fuera en un bote.
El 22 de febrero de 1877 falleció Francisco Vicente Aguilera en Nueva York, mientras trabajaba por la unidad de la emigración cubana rodeado de su esposa e hijos, sin haber podido cumplir su mayor anhelo: libertar a su Patria; ni su sueño de regresar a Cuba con una fuerte expedición.
Las aspiraciones de Francisco Vicente Aguilera fueron más ambiciosas que las de sus ancestros y se centró en fundar un pensamiento político que contemplaba la idea de lograr la independencia de Cuba del colonialismo español empuñando las armas. El engrandecimiento que le reportaría a su familia no sería en el orden de lo que soñó su padre, o sea en la obtención de un título nobiliario, detentar cargos políticos en la estructura de gobierno de la villa o provincia, o en la milicia, sino al convertir, al linaje Aguilera, en uno de los fundadores de la nación cubana.
El millonario que murió por la Patria
Era tremendamente rico; tenía tanto dinero que podía pasarse el resto de sus días gastando en lo que quisiera. Y poseía tantas extensiones de tierra que podía salir niño de sus haciendas primeras y llegar ya adulto a las últimas. A algunos les parecerá acaso una hipérbole demasiado grande. Sin embargo, cuando se subraya que contaba con más de dos millones de escudos en el año 1868, se podrá entender su montaña de riquezas. Y a pesar de tanto oro y caudal, Francisco Antonio Vicente Aguilera, aquel bayamés de finos modales poco estudiado por pasadas y actuales generaciones, se fue a la guerra renunciando a todo lo material para tratar de conseguir la espiritualidad de la nación.
Murió finalmente pobre y casi congelado por el frío de Nueva York, con los zapatos agujereados y frustración en el alma por no poder retornar.
De Aguilera se puede escribir sin temblar la mano: «Lo dio todo por la Patria», una frase que a veces se ha gastado de tanta repetición, pero que en su caso es doblemente convincente. Con él, como con otros, se tiene una deuda: la de estudiar más su ejemplo, no solo en días de «cumpleaños cerrados» o de conferencias científicas sobre el prócer.
Riquezas
No en vano se ha señalado que Francisco Vicente, apodado «Pancho» Aguilera, era uno de los hombres más ricos del Oriente en los días de conspiraciones previas al estallido independentista.
Con frecuencia se ha escrito que poseía más de tres millones de escudos y unas 10 000 caballerías, además de centenares de esclavos asi como algunos comercios entre Bayamo y Manzanillo: varias casas, miles de cabezas de ganado, centenares de caballos de distintos tipos, una panadería, una confitería y otras propiedades dispersas por todo el valle del Cauto, hasta el sur de Las Tunas.
Sin embargo, Ludín Fonseca, historiador de la ciudad de Bayamo y autor del libro Francisco Vicente Aguilera. Proyecto modernizador en el valle del Cauto, señala sobre las primeras cifras que el patriota poseía en realidad unos 2 700 000 pesos y 4 136,50 caballerías entre fincas, potreros, ingenios azucareros, un cafetal, haciendas y otras extensiones de tierra.
Sobre la cantidad de sus esclavos, la investigadora bayamesa Idelmis Mari apunta que, aunque «ascendió a centenares no ocupaban un lugar preponderante en el monto de las propiedades, pues en los ingenios, rama donde eran mayormente empleados, laboraban 191 en Santa Gertrudis, 87 en Jucaibama y 14 en Santa Isabel».
Pero más allá de las discusiones sobre su caudal, lo primero es reconocer su conducta de desprendimiento y patriotismo, que pasma a muchos en estos tiempos modernos.
Tengamos en cuenta que Aguilera tuvo 11 hijos —diez de ellos con la santiaguera Ana Kindelán Griñán, también acaudalada y con quien se había casado en 1848—, y que la guerra liberadora contra España implicaba dejar las comodidades, irse a la manigua y exponer a los suyos al propio monte o al exilio.
Un héroe de la talla de Manuel Sanguily, sobre ese ejemplo de Francisco Vicente Aguilera, expuso:
«No sé que haya vida superior a la suya, ni hombre alguno que haya depositado en los cimientos de su país y en su nación mayor suma de energía moral, más sustancia propia, más privaciones de su familia adorada ni más afanes ni tormentos del alma».
Mientras José Martí, con su pluma ardiente, lo calificó en el periódico Patria, el 16 de abril de 1892, nada más y nada menos que como «el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la república».
Estas afirmaciones de alguien como el Maestro no son gratuitas. Aguilera, acaso en el pasaje más conocido de su vida y que lo inmortalizó como revolucionario, fue capaz de decir cuando le consultaron sobre la decisión de quemar la ciudad de Bayamo, donde estaban algunas de sus propiedades domésticas:
«Nada tengo mientras no tenga patria».
Mausoleo
Los restos de Aguilera reposan en Bayamo desde 1910. Sin embargo, es tan rica la historia sobre el traslado de sus despojos mortales a la patria y los consiguientes enterramientos que bien valen otro reportaje periodístico.
Incluso, fueron sustraídos del cementerio de San Juan para que no se trasladaran a la necrópolis santiaguera de Santa Ifigenia. Este capítulo y otros involucraron a miles de bayameses, defensores de su patricio y de la cuna de este hombre, que fue bachiller en leyes y ocupó diversos cargos públicos antes de lanzarse a la manigua redentora.
Lo cierto es que, en 1958, fue inaugurado el mausoleo en homenaje al patriota, en cuya base reposan sus restos. Cerca de este se levantan las figuras de otros bayameses ilustres, por lo que el conjunto monumentario se llama Retablo de los Héroes.
Desde ese lugar, Aguilera mira a los suyos no como fría roca, sino como hombre vivo y luchador. Desde su corazón parecen trepidar las palabras que le enviara a su compatriota José María Izaguirre:
El día que tengamos Patria no tocaremos las ruinas de nuestro viejo Bayamo, las conservaremos tal y como están, que nuestros descendientes vean de lo que eran capaces sus abuelos.