Aunque las fronteras físicas y políticas sean los raseros comunes para determinar el status diaspórico de un sujeto o su obra creativa, el audiovisual cubano contemporáneo —producido en la isla por quienes residen en ella—, ha estado signado por una suerte de destierro general respecto a las principales plataformas institucionalizadas de producción, distribución y exhibición. No faltan zonas de tolerancia y discreto diálogo como la Muestra Joven, el Almacén de la Imagen, el Festival de La Habana, el Festival Imago del ISA y otros espacios de naturaleza eventual, pero sus proyecciones resultan, a la larga, circunstanciales y excepcionales.
También existen nichos televisivos (honor a quien lo merece) que consiguen socializar entre las teleaudiencias algunos segmentos bastante significativos del total generado como ejercicios académicos de la Facultad de Medios Audiovisuales del ISA y la Escuela Internacional de Cine y Televisión; a lo que contribuye, por otra parte, el patrocinio de organizaciones no gubernamentales, fundaciones y embajadas sensibles a las necesidades creativas para-institucionales. Ante la carencia de una Ley cubana de cine o del audiovisual, no existe un sistema institucional orgánico de fomento, bien cimentado en las ganancias por derechos de filmación en predios nacionales, bien en las recaudaciones de taquilla de las salas donde se exhiban películas comerciales. Ninguna de estas estrategias resulta viable, ahora mismo, en Cuba, por mil y un motivos.
La democratización tecnológica que ha permitido en las últimas décadas una eclosión de imágenes, se ve constreñida por un desfase con los muy restringidos canales convencionales. Lo que ha llevado a un desplazamiento hacia festivales internacionales, que han acogido —¡a buena hora!— muchos de los más recientes estrenos cubanos: Memorias del desarrollo, La obra del siglo, Caballos, Espejuelos oscuros, El acompañante, Santa y Andrés, El proyecto, Nadie, Los perros de Amundsen, Sergio y Serguei…, a favor de una mayor visibilización de la fílmica cubana en predios internacionales. Y en detrimento de los públicos nacionales. Apenas algunos alcanzan excepcionales estrenos comerciales, como sucedió con El acompañante, de Pavel Giroud, en salas francesas.
Sobre estas generaciones de creadores audiovisuales que crean al (amplio) margen del (estrecho) marco institucional, viene a pender el eterno calificativo de “jóvenes realizadores”, de uso mucho más frecuente que definiciones quizás más adecuadas como “independientes”, “alternativos”, “herejes”, parafraseando a Juan Antonio García Borrero.
Este concepto de joven realizador es, a la vez, conmiserativo, paternalista, útil para el status quo, que tiende siempre a reducir la relevancia —y por ende, la “madurez” y “adultez”— de muchas de estas obras. Pero a la vez supura un fatalismo ineluctable, en tanto los torrentes migratorios también arrastran consigo a no pocos realizadores, críticos e investigadores del tema, quienes no llegan a cumplir los 35 años en Cuba. Lo más triste es que, con apenas algunas honrosas excepciones, se diluyen en el mapamundi para siempre, sin una obra que los ratifique como creadores.
Tanto como sucede con las oportunidades de producción y los espacios de exhibición, el margen oficial para el abordaje crítico es igualmente angosto. Por tal motivo, los autores, sin dejar de colaborar con publicaciones de frecuencia no menos que esporádica —las revistas Cine Cubano y la casi extinta Enfoco, el periódico Bisiesto, y los sellos Ediciones ICAIC y Oriente—, hemos debido mirar hacia espacios no institucionales. Ese es el caso del blog Cine Cubano: La pupila insomne, verdadera guía crítica inclusiva del audiovisual cubano, y que fuera la plataforma por excelencia para debates y polémicas de ingente importancia. Otro tanto se ha logrado con el espacio Altercine, de la agencia IPS Cuba, donde con exacta frecuencia semanal aparecen textos especializados. On Cuba, Hypermedia Magazine, Esquife, Cibercuba y algunos otros medios digitales, acogen con mayor circunstancialidad trabajos del mismo cariz. La crítica audiovisual, al igual que sus objetos de análisis, remonta senderos para-institucionales.
Este es el contexto donde surge una publicación digital de mi autoría: Voces en la niebla, e-book pensado y ejecutado por el proyecto cultural independiente Claustrofobias, donde reuní once (mi número de la suerte) textos publicados en un lustro sobre los indies cubanos, y algún que otro cowboy algo salido del plato. Fui en pos de una suerte de sistematización sobre estas producciones, algo que apenas existe. Pero siempre abrazando los riesgos que conlleva el análisis urgente, en primera línea: todo un reto a las capacidades deconstructivas, al oficio en tensión y, sobre todo, la efervescencia mental.
El perenne riesgo de la circunstancialidad de los juicios es el precio a pagar por ser testigo presencial. Sobre estas mismas perspectivas, y en este contexto poco menos que anárquico, inicio este espacio homónimo, donde la frecuencia se sumará a los tantos desafíos que conlleva ser crítico audiovisual (y por extensión, de arte) en Cuba. La consecuencia personal como pendón, y la palabra indócil como recurso.