Waldo Fernandez Cuenca
Existen pocos políticos que, en vida, tuvieron tantos biógrafos de diversos países como Fidel Castro. Una figura tan polarizante y atrayente como la del hombre que rigió los destinos de la Isla por casi cinco décadas suscita indiscutiblemente en muchos historiadores y periodistas la tentación de narrar su vida para conocer y analizar la trayectoria política y personal del dictador cubano.
Sin embargo existe un pequeño libro que resulta muy poco conocido y divulgado, su titulo: Cartas del Presidio un conjunto de misivas escritas por el propio Castro durante su estancia en prisión después que fuera condenado a 15 años de privación de libertad por atacar la segunda fortaleza militar del país, el cuartel Moncada. El epistolario lo compendió y prologó su antiguo amigo el periodista santiaguero Luis Conte Agüero, el cual hiciera suya la causa de los revolucionarios fidelistas en la década del 50.
El libro tuvo tres ediciones seguidas en 1959 a cargo de la editorial privada Lex, la cual tuvo a su cargo también la publicación y edición de las primeras leyes del Gobierno Revolucionario. Al igual que había hecho con el líder del Partido Ortodoxo Eduardo Chibas, Luis Conte Agüero se proponía escribir una biografía de Fidel Castro y este libro era tan solo un anticipo de lo que vendría después. Tarea que el periodista dejó inconclusa.
Dichas cartas revelan parte de la ya formada personalidad de Castro y arrojan alguna luz sobre la vida privada de Castro en aquellos años. La mayoría de las cartas están dirigidas a Conte Agüero y en ellas el líder de los moncadistas siempre se refiere al periodista con calificativos de “entrañable amigo” y “querido hermano”. En varias de las epístolas el prisionero resalta las cualidades oratorias y negociadoras de Agüero y le orienta las mejores vías posibles para que se divulgue con éxito la situación de los rebeldes presos.
En una de las misivas Castro expresa: “Nadie mejor que tú, en la adversidad, ha sabido comprendernos y ayudarnos; y ese mismo afecto mío es el de todos y cada uno de mis compañeros. Eso quiere decir que estaremos indisolublemente unidos cuando salgamos y que desde ahora con pleno respaldo nuestro puedes ir preparando el camino para la tarea a realizar”.
La amistad entre Castro y Conte Agüero se rompería definitivamente en marzo de 1960 cuando el periodista empezó a percatarse del giro que daba el nuevo gobierno hacia un sistema comunista. En una carta pública al Primer Ministro, Conte Agüero expresó su desacuerdo con la creciente simpatía que tenía el Gobierno Revolucionario con los comunistas.
La respuesta del régimen no tardaría en llegar, días después al periodista radial le hicieron un acto de repudio que al grito de ¡Paredón! ¡Paredón! le impidió a Conte Agüero entrar al estudio de la televisora CMQ. Vendría al día siguiente una alocución televisiva de Fidel Castro quien descalificaba totalmente al intelectual anticomunista al llamarlo vanidoso, farsante y mentecato. Conte Agüero partiría días después hacia el exilio de manera definitiva.
En Cartas al Presidio se deja ver la participación de la primera esposa de Fidel Castro, Mirta Díaz Balart en los ajetreos de la lucha pues era una de las pocas personas que visitaba a Castro en la cárcel y de esa manera servía de enlace entre su marido y los simpatizantes de los moncadistas. Al parecer los fuertes vínculos de la familia de Mirta con el régimen batistiano, al ocupar su hermano Rafael Díaz Balart varios cargos en el gobierno batistiano provocó agrias disputas en la familia y la relación matrimonial entre Castro y Mirta se fue deteriorando hasta su definitiva separación en 1955.
Una de las cartas más importantes del libro es la que Castro le envía a Melba Hernández en abril de 1954. En ella el prisionero da algunas sugerencias que revelan su astucia y habilidad para lograr sus objetivos: “No se puede abandonar un minuto la propaganda porque es el alma de toda lucha” (una idea abiertamente leninista). Más adelante expresa: “Mucha mano izquierda y sonrisa con todo el mundo. Seguir la misma táctica que se siguió en el juicio: defender nuestros puntos de vista sin levantar ronchas. Habrá después tiempo de sobra para aplastar a todas las cucarachas juntas.
En el propio libro esta última oración aparece en cursiva y es sin dudas la más impactante de esta obra. Demuestra claramente el desprecio que Castro sintió siempre por sus adversarios. Décadas después el historiador cubano Rafael Rojas en su obra Historia mínima de la Revolución Cubana la desempolvaría para demostrar el carácter inequívocamente autoritario del joven rebelde.
En otra carta dirigida a Conte Agüero el prisionero -iracundo porque su esposa había sido despedida de su centro laboral- califica a un funcionario del gobierno batistiano de “afeminado” y escribe: “Yo no quiero convertirme en un asesino cuando salga de la prisión. ¿Un preso político no tiene honor? ¿Un preso político puede ser ofendido de ese modo? ¿Un preso no puede retar a otra persona a batirse cuando salga de la prisión?” se pregunta una y otra vez.
En futuras biografías del político cubano quizás este epistolario adquiera mayor trascendencia y valoración por revelar alguna de las claves psicológicas de la fuerte personalidad de Fidel Castro. Esa ha sido, sin proponérselo, uno de los mayores méritos de Cartas del Presidio.