TEXTOS DE RAFAEL ALCIDES
APARECIDOS EN CONVERSACIONES CON DIOS,
(EDITORIAL RENACIMIENTO, SEVILLA 2014).
MISERICORDIA
¿De dónde viene, quién lo manda, qué busca
entre nosotros este viento con olor a presidio
y a cementerio, a ceniza de hospitales
y a miseria? Retírate, oh viento de la desgracia,
respeta mis cuadros, mi lámpara, mis papeles,
deja en paz mis cacharros de cocina.
Pero él no oye, no escucha.
Míralo, Señor, sacar el mar del mar
y traerlo a la puerta de mi casa.
Míralo hacer y deshacer como si él fuera el sol,
las cuatro estaciones, la rosa de los vientos,
la razón de las cosechas, la verdad íntima de los mundos.
A la luz del relámpago y la centella,
míralo levantar el tejado de enfrente,
luego un árbol que resistía en la acera,
ahí va un tendido eléctrico seguido por dos hojas
de zinc girando como hélices funestas,
como guillotinas monstruosas buscando cabezas.
Ya no queda una puerta ni una ventana.
Mas que tarea de salvamento,
echar un bote a la calle en estas circunstancias
sería un suicidio. ¿Y quién, por otro lado,
pensaría en salir a rescatar a alguien
estando él mismo por ser rescatado? Y sigue
el mar subiendo de nivel, Señor, y sigue
el cielo oscureciéndose.
Detente, oh viento canalla; atrás, perverso.
Esta es la casa del Poeta,
no la subestimes, ni convoques la ira
de ese ser que tan solitario y frágil parece.
(Para que jamás bajo el cielo tuviera lugar el olvido
creó Dios al Poeta, no lo olvides, ni olvides
que el Poeta habla con Dios, y Dios
pensativo lo escucha.)
Deténlo,
no le permitas, oh Señor, completar el desastre;
no le permitas arrancar la casa del Poeta
y dejarla a la deriva en la corriente
como los barcos del que huye, del que se marcha
clandestino. Como trigo o tabaco en gavilla,
utilizando sábanas y toallas enrolladas
ya ha comenzado el Poeta a atarse con su mujer
y sus hijos, y bajo el ruido devastador
y el crujir del techo, seguimos en este pueblo,
oh Señor, aguardando por ti:
atrapados, incomunicados,
sin teléfono, sin luz.
(1992)
PARA ENTREGAR EN EL EXTRANJERO A QUIEN YA SABES
Amigo, amigo, ¿qué sucedió con la vida?
¿Adónde fueron a dar los grandes días de la foto
donde aún aplaudimos? ¿Y nuestros sueños
dónde están?, ¿en qué hueco insondable
cayeron
despeñándose como toneladas
de piedras y cristales cuyo eco aún
retumba en la noche cuando me acuesto
y retumbando me persigue por el día?
¿Dónde estamos, Señor, en qué sitio del mundo
nos hemos perdido? ¿De dónde
salen estas aguas hirviendo, este bisulfuro de carbono
y este vidrio molido que hoy comemos y bebemos?
¿Y ese avión que nos sopla por el mundo
como a hojas arrancadas por el viento, cuándo parará?
¿Adónde fue a dar aquel tren de los sueños
en el que íbamos de blanco como los niños de la
comunión,
tirando besos y aplaudiendo?
¿Qué fue de aquel par de niños incurables
que creían en las profecías
(todavía creen)
y que muy ufanos salieron en la mañana de su día
a fundar una ciudad muy blanca sin saber
que fundaban un presidio?
Café y cigarro, amigo mío. Café y cigarro
y una aspirina de vez en cuando.
(1992)
SUPLICA ARGUMENTADA
Todo en torno mío, oh Señor, anuncia la gloria de tu Programa.
Con música de manzano batido por el viento,
ahí están el espacio infinito
y el tiempo sin medida
proclamando tu amor a la libertad.
En la tierra, en el mar o en el cielo,
por dondequiera que hoy o mañana pase,
puntuales hallaré los cuatro puntos cardinales
con sus numerosas posiciones intermedias
indicándome que a tu divino juicio no existe un camino
sino varios, numerosos, infinitos caminos.
No encontrar bajo el sol dos tomates iguales,
dos gallinas exactas
ni ninguna cosa igual a otra
(por parecidas que puedan ser)
garantizan tu respeto a la individualidad.
La noche estrellada y el mar con su estruendo,
el día y el cielo, la selva y el desierto,
los pájaros y el viento,
el silencio y todo lo que es música,
el girasol y la humilde flor del cactus
(y hasta el cactus mismo
con su imagen de testigo solitario
que un día te viera fundar el mundo
y consumiérase luego extrañándote),
van diciendo que funcionalidad y belleza
son en tu código una sola, misma, idéntica cosa.
Con sus infinitas variedades cada una de ellas
las infinitas especies zoológicas, minerales y vegetales,
confirman tu amor por lo diverso.
Y de la vastedad de tu capítulo de justicia social
responden esas propias infinitas especies
que en usufructo nos otorgasteis,
libres de alquiler e impuestos,
junto con la luz, el aire y la ilusión:
(¡la Ilusión, Señor, que tan cara suele ser,
y que tampoco la cobras!)
El fuego y el hielo, el placer y el dolor,
lo blanco y lo negro, el día y la noche,
el cielo para soñarlo y la tierra para preguntarse:
todos los contrarios coexisten en tu Programa.
Y tú mismo, Señor,
a fin de no convertirte en un déspota,
has permitido la presencia del diablo en tus dominios
y ni te lo llevas preso
ni le clausuras sus periódicos.
Mi ideal de democracia toma ejemplo en tu democracia.
Oh Señor,
en estas elecciones y en las que vienen
dame siempre siempre
presidentes formados en las filas de tu partido.
(1992)
ADIÓS
He aquí, Señor, el retrato,
la imagen del héroe que nos perdiera,
que nos impidiera encontrar el nuevo mundo
posible entre los hombres. Tal vez
no lo hizo por malo. Tal vez
no pudo ver que con tanto candado
y voz de mando y amenazas de fusilamiento
minaba el camino en nombre del cual
marchose a veces hasta descalzo.
Y henos aquí a nosotros, Señor,
los descalzos, los que poníamos la vida
a cada metro de tierra conquistada,
ya sin caminos para ir,
ni caminos para volver, oscuramente
sentados a la orilla de los años perdidos,
haciendo trizas el retrato
como quien dice adiós a un sueño,
a una edad,
A una Atlántida que se hunde.
(1992)
LA LIQUIDACIÓN DEL SIGLO
Aprovechando la caída vertical
de los precios del hierro,
la piedra y el bronce,
esta mañana a las 7,
bajo la nieve,
compré un
dedo.
Un dedo
de ocho o nueve toneladas
lo menos.
Era un dedo de Lenin.
El dedo índice
de la última estatua del gran Vladimir Ilich Uliánov.
No tendríais tiempo de haberlo
olvidado, conciudadanos del Este que parecéis
acabados de salir de un sueño.
La estatua del pasado otoño,
aquella que cuando recogíamos el trigo,
ya con los árboles muy amarillos
y algunos manzanos desnudos
cubiertos de escarcha al amanecer,
inauguraran con banda del estado mayor de las tres Armas,
coros, salvas, desfile militar
desde por la mañana,
pioneros,
palomas,
rosas, figuras del Partido
y del Estado
desafiando al sol
con la luz de sus medallas.
Ana Fiodorovna, que fue diputada al Soviet Supremo
durante veinte años, y ahora llora
con las manos en la cabeza
el porvenir perdido,
compró un zapato
que después no cabía en el camión.
Vaclav, el antiguo comisario que pasaba
indescifrable en su limosina negra,
separó un cuarto de levita
para enterrarlo en el patio
de su residencia de verano.
Castillito perdido
en un bosque de abedules
y visón y diamantes con champán
en sus noches de Varsovia,
Marzenna, la inapelable Marzenna ,
biógrafa por excelencia de Vladimir Ilich,
sin vacilar
indicó una oreja
(completa)
para mostrarla con nostalgia
en los té íntimos de los años que vienen.
La otra oreja
la compró un alemán de espejuelos negros,
con fines desconocidos.
Y lo que quedaba de la cabeza,
codiciosos se la repartieron
un grupito de húngaros, búlgaros y rumanos
sin confusión posible,
muy bien comidos
y de paño inglés legítimo,
aunque con aires de sufrimiento.
Estoy hablando de los fragmentos celestes
de la cabeza ejemplar,
de la cabeza
tan absoluta ayer, oh amigos míos,
cuando la tierra y los mundos
giraban devotos alrededor de ella
para que existieran los mares y las cosechas,
la vida y las sucesiones,
un sitio muy grande y lejano y otra vez grande
que se llama París,
la expansión perenne de los orbes,
el movimiento, el tiempo,
la materia.
Y sigue nevando en Europa.
Y siguen cayendo los precios.
“¡La liquidación del siglo..!”,
continúa anunciando el hombre del megáfono
como si estuviera vendiendo aparatos
de carburo, diligencias, bombines,
polvo, olvido, chatarra de un día.
“¡Lo que el viento se llevó!,
entre, pase, vea…!”; y nieva,
desoladora cae la nieve
sobre los antiguos dirigentes del Partido
y también sobre los comunistas.
Al fondo de una grúa
cubierta por un hielo muy triste,
parecida a un muñeco monstruoso y muy blanco,
con el alma enlutada y sombría
he visto aparecer cinco dólares
y un hebreo de Nueva York
(que dejara las señas
de una transnacional de tiendas de souvenirs
con sede en un rascacielos
coronado por un lumínico del F. M. I.)
se llevó en rastras
las dos piernas de la estatua
y un pedazo de corbata.
Yo compré un dedo.
Con la ayuda de mi familia
y de algunos vecinos
me propongo fundirlo
para hacer cabillas para mi casa,
pucheros, cuchillos, estufas,
guadañas,
en fin, cosas útiles
y duraderas
que le devuelvan el sentido
al dedo de mi camarada.
(1989)
FIN DE TEMPORADA
La función ha terminado.
Durante años el circo metió miedo
con sus corderos disfrazados de leones
paseándose por palcos y gradas,
pues como también solían ser leones verdaderos,
sin disfraz, tú qué ibas a saber,
y con el alma helada veías abrirse la jaula
y salir ¿el león?, ¿el cordero?
Fueron noches de gran incertidumbre.
Amistoso llegaba el cordero
y se echaba a tus pies. Y de repente
el rugido, falso o verdadero; y si no había engaño,
la sangre, y el domador que llegaba raudo a salvarte
con el látigo en la mano, bajo la luz de los reflectores
y el redoblar de los platillos alelantes.
Era la mejor parte del espectáculo.
Para sentir ese miedo hacíamos la cola
y pagábamos. Y también por ver,
por ver de cerca al hada de Blanca Nieves
con su numerito famoso, pues
existía además
esa ilusión: el hada que podía hacerte alcalde,
doctor, bien parecido, viajero famoso
que regresa de un largo cautiverio a casarse con la hija del banquero;
lo otro era el relleno de costumbre:
el equilibrista, el tragaespadas, la mujer con bigote
que desaparecía en un pequeño frasco de medicina,
el payaso del trapecio, sin piernas y con un sólo brazo,
el oso, el ciclista, el elefante,
el telépata que colaboraba con la policía
(según dicen),
hasta que llegaba el hada
con los ojos vendados para escoger al azar.
Pero ahora –lloremos– la función ha terminado,
señoras y señores, y ahí están pasando los camiones
con la tramoya del circo, alejándose
con lo que fue tu juventud, tu susto, tu esperanza.
(1989)
GMT
La mosca se levanta temprano
y a falta de una excreta suculenta
se posa en un plato.
El hombre que somos despierta
y lee los periódicos y no halla
la noticia que ha esperado durante años.
La tierra gira y el sol sale
y se pone igual que ayer.
Pareciera que nada ha sucedido en el mundo.
Sin embargo
todo está en camino, todo:
el sueño del hombre y el de la mosca.
Sin que te ofendan la ira de ésta
ni la blasfemia de aquél, tú
que conoces la precisión de tu proyecto,
Señor, imperturbable,
vuelves a comprobar tu Rolex,
y todo está en orden:
el universo sigue siendo un lugar seguro.
(1992)
Autor
(Bayamo, 1933) inició su trayectoria literaria en la revista Ciclón, dirigida por Virgilio Piñera. Ha publicado, entre otros, los poemarios La pata de palo y Agradecido como un perro, y la novela El anillo de Ciro Capote. En 1993 se apartó de toda colaboración editorial y pública en Cuba, y posteriormente renunció en carta abierta a la UNEAC. Sus novelas han sido censuradas en la Isla. En 2011 obtuvo el Premio Café Bretón & Bodegas Olarra de Prosa Española. Reside en Cuba. (Tomado de Diario de Cuba)