Látigo

Látigo

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Roberto Fournier se aventura por los ruedos de la sedición poética, disecciona la escritura y pasa como otra excepción entre el cúmulo de dudosos autores que se estrenan hoy en Cuba. Su actitud frente al lenguaje propia de un carácter perturbador, en tránsito hacia la insubordinación estética. Una representación que se proyecta como acto de posesión y tragedia de la identidad: la erección de una red que junta el conocimiento del sujeto y su experiencia. Con La cantidad rosada (Ediciones La Luz, 2016)[1] Roberto Fournier milita en las filas de un escuadrón de la experimentación sustenta en un denso sentido de la expresión y el estilo, en un contexto que le ha reservado siempre a dichas prácticas el espacio alternativo de la periferia artística.

Los textos son aquí la huella de una voz lacerada por sus circunstancias de vida, una reacción al repliegue de una sensibilidad y la limitación de sus instintos. Pero son primero, subrayo, un ejercicio sustancial de composición poética.El discurso, aunque desde un registro un tanto contenido, asume una elegante postura performática. No solo por la puesta en escena (literalmente) de los pensamientos e inquietudes de una identidad sexual que sufre las imposiciones de una sociedad y sus patrones morales, sino por la naturaleza misma de la representación textual: una deconstrucción de la estructura que—sin renunciar a las ganancias del coloquialismo en ciertos instantes— potencia el alcance del ejercicio formal y la congruencia temática. El libro parece regido por una ligera discreción en el curso de sus rupturas con nuestras fórmulas tradicionales, sin embargo, ostenta una planificación vanguardista que implica una íntegra personalidad autoral.Tal es así que su ideología encuentra cuerpo, antes que en la sustantivación del contenido, en la propia arquitectura de la enunciación: la dispersión del orden comunicativo y la desviación contante de una unidad posible en el lenguaje constituyen en él la perspectiva idónea para exteriorizar la visión del mundo del poeta.

Sin ceder un instante a la desidia textual —temperamento que se ha vuelto común en buena parte de nuestra actual literatura—,este cuaderno se desplaza, con una mesura asombrosa, por muy variadas formas (po)éticas. Traba, en los distintos planos compositivos, propiedades del conversacionalismo, códigos de la narración, fragmentaciones y rupturas sintácticas, distorsiones del diseño versal, disolución de los significados e inestabilidad en el ritmo, en una disolución de cualquier tipo de esquema calificativo. Desde un entrecruzamiento de registros léxicos que supone, a su vez, un descentramiento en la experiencia objetual —entiéndase una irreverente inventiva en el manejo y las disposiciones del verso y la apariencia visual del poema—, se genera una confluencia de memoria emotiva, hábito de vida y balcanización de las normas del canon lírico insular.

El pórtico, una incitación a la expectativa lectora, ya anuncia la dinámica del conjunto, tanto la actitud formal, como ciertos ejes argumentales. El diseño espacial, la competencia instalativa en el uso del lenguaje, las variaciones gráficas, el modo en que el ritmo acompaña el movimiento interno de la constitución sensorial, advierten a un poeta enfrascado en sugestivas exploraciones estilísticas:

 

…En el bolsillo donde va la rosa       en el entresijo del pecho de

silicona     en Él

pámper chisporroteado

               La instruida librera rugirá

“…Suelta ese papel cochino…”       dulce pis envuelto en hojas

               Entre las viandas

“Tú y yo lo hicimos….       ¿No te acuerdas?…               Si ya eres

Hombre…”

               Tómalo       húelelo

ve al índice         a la contraportada

ráyalo         anota

(lo que supones sea el acto de lectura)

                     Reinventa las llamas de Alejandría             haz el

                     lanzamiento…

(“[Fijación oral]”, p. 11)

 

Elementos como los antes descritos hacen la lectura de La cantidad rosada una experiencia cuasi física, pues los recursos instrumentados en dicha forma obligan a detenerse en las propiedades de la exposición. Pero también confieren consistencia: el montaje de múltiples repertorios lingüísticos —del argot cotidiano, los refranes populares y la jerga gay a elaboraciones“cultas”—; el enlace de imágenes marginales o frecuentes en el bregar diario, con evocaciones e intertextos conformes al legado cultural; y la organicidad del cuaderno, sometido a una dramaturgia no solo estética sino idéica,un recorrido circular que va de los conflictos particulares a las relaciones con el otro.

Sin pretensión de trascendentalismo, ni convenciones literarias rotundas, a partir del trabajo con las propiedades del lenguaje y la cualidad objetual del poema, se llega a sobrepasar la experiencia temática hasta conseguir una autonomía del hecho poético.Vuelto hacia una zona tensa del imaginario cubano, Roberto Fournier edifica sus textos desde un distanciamiento histórico para enfocar directamente la expresión de su personalidad, de ahí la fuerte impresión de intimidad que produce la lectura. La trama anecdótica, la voz del sujeto lírico, se concentra en potenciar la experiencia interior de un individuo, generando un andamiaje pleno de contracciones, grietas, malestares, pero, de cualquier modo, limpio de complacencias emocionales o romanticismos trasnochados. La certeza de la escritura se instala así en la agudeza con que acompaña/actúa las vivencias, la soledad y reclusión espiritual que recorren y connotan al volumen.

Así como los indicios de experimentación son localizables en algunos autores (contados) del actual paisaje editorial cubano (Lizabel Mónica, Alessandra Santiesteban, Leandro Báez, salvando las distancias entre ellos), también la sustantivación de lo sexual y la identidad de género se relaciona con la propuesta de otros que despuntan en los predios de la isla (Larry J. González, Jamila Medina Ríos, la propia Lizabel Mónica, con independencia de los contornos estéticos de cada uno).

Cuando en esos y otros escritores, la indagación en aspectos relativos a la alteridad sexual se hace coartada para explorar la contemporaneidad, la Historia o las reconfiguraciones en el discurso de la nación, en La cantidad… se presenta como búsqueda en las particularidades de lo individual—más que lo íntimo—. Tal es así que nunca llega a pretextar disquisiciones de tipo política o ideológica, muy del gusto de la que se ha dado en llamar “generación años cero”. Se advierte una propensión a describir la experiencia erótica como necesidad personal de comunicación y diálogo:

 

No dejes las manos tranquilas. Ponlas aquí, en mi cintura. Eso. ¡Éee kelekuá! Ni se te ocurra cogerme, atrás todavía. Después tú sabes. El polo negativo. Despacio, suave. Que no te den flojeras a última hora. Quítate esa letra, baja hasta el piso. Agresivo. Date un trago largo. A trucu trucu. Eso te vuelve loco. El remeneo. Romper la entretela. Qué salsa. Tiene picante… hace falta tiemple… No hables de poesía. Te va a pasar igual. (…) Eres un mulo. Dándote viola. ¿Contra la pared? No la muerdas. No tocar atrás. ¡Mi espalda! Me partes el… rosadito. En sangre, ¿eh? ¡Cómo te gusta eso!

(“Estudio 0”, p. 34)

 

La homosexualidad, en cualquier variante textual que asuma, constituye el núcleo temático que estructura el trabajo de Roberto Fournier. La apelación a esta variante sexual no pretende ser, según deja ver el libro, un mecanismo de transgresión, aunque se manifieste como talen el alcance de las remisiones textuales y el emplazamiento del enunciado. Si bien escenifica las contradicciones entre lo íntimo y lo público, se comporta como una vía para exteriorizarla subjetividad.Y es que la exposición opera con las marcas de un modo de vida reconocible solo con la intención de posicionar y exteriorizar sus conflictos y valores. El yo poético perfila con libertad su identidad homoerótica—introduce relatos, códigos concretos, vinculados al universo y la conducta gay—, sin orientar reflexiones de pauta antropológica o similares. Por supuesto, cuestiona la masculinidad y determinados anatemas sociales como el falocentrismo, la virilidad, la homofobia y la represión, pero tales cuestionamientos no llegan a constituir el sujeto primario de la expresión nunca, incursionan solo desde las derivaciones de sentidos generadas por la escritura:

 

(¡A la lucha, a la lucha!)

 

—¡Cuidado, niña…! Ese chorreo en látex los atrae; te golpean curvo el círculo cóncavo, y si tiene perla, te lo desgarran…

 

—¡Bah, rosas de ropero…! Eso dura lo que un peo en una vaca; terminada la función, vuelven al clóset, todo temblorosos…

(“Corte transversal/flor carnívora”, p. 31)

 

Es esta una maniobra que da cuenta del simulacro del deseo y el placer generado por la inversión de la norma (como sucede también en muchos otros autores jóvenes). Cuando Fournier escenifica el acto sexual, cuando alude a la carne, al cuerpo masculino y su desnudez, al roce, a los órganos sexuales, a las conductas amatorias, apela siempre a una suerte de travestismo lingüístico —el énfasis en la palabra, la violencia de la voz, la aspereza del ritmo, la teatralidad verbal—, de forma que la atmósfera detente una ambigüedad en el sentido. Ese travestismo resulta de una escritura que retarda e interrumpela llegada directa de la imagen, a veces escatológica, abyecta, marginal:

 

Entre los dientes del zíper

roja por el brusco roce

en la otra boca       donde cayó

fluida        seminal

(“(Fiesta del agua)”, p. 21)

 

Cierta fascinación por la clandestinidad, una propensión al riesgo y al regodeo en el cuerpo y el habla del “macho”, circula por la escritura de Fournier. Los poemas que mejor materializan el erotismo son, precisamente, aquellos en que se insiste en el contrabando sexo-erótico, allí donde esa práctica se revela como hecho delictivo y se exalta la virilidad del objeto del deseo: el hombre hetero-. En esos momentos en que se apela a circunstancias donde la masculinidad se relaja y suspende su discurso normado, o sea, cuando se refiere o describe la oferta y demanda periférica del sexo.

Varios pasajes atraviesan los complejos de la masculinidad para exhibir un terreno que permanece aún en los bordes, en las fantasías y los apetitos interiores. Si se puntualizan los tópicos del conjunto, van del ritual de quien descubre ingenuamente su orientación sexual, al que oculta o teme confesar sus deseos por el semejante; de la masturbación al coito, de la voz gay que se solaza en los atributos de una conducta “carnavalesca”, a las frustraciones, ansiedades y desasosiegos acodados en la aceptación de tal identidad.Y no hay jactancia en lo homosexual, insisto, es un afán por desplegar en materia poética los atributos de una axiología que, de cualquier modo, continúa marginada.

La cantidad rosada acusa una necesidad real de libertad personal. Es la escritura como posibilidad y redención. Consumación de un horizonte poético que pulsa el pensamiento de un hombre en reencuentro consigo mismo. El poema como crónica, satisfacción, disección de la memoria donde yace la sustancia que procesa su voluntad discursiva.

 

 

[1] Este título es ciertamente imposible. Pero si pasamos de él y algunos manierismos en la concepción del cuaderno como libro, encontraremos un material notable. Esperemos una radicalización poética en lo adelante.

Angel Perez

(San Germán, 1991). Ensayista y crítico. Licenciado en Historia del arte en 2015. Textos de su autoría aparecen en diversas publicaciones periódicas.