(…) ya me cansé
to´ esos trucos ya me los sé
esos dolores los pasé.
Bad Bunny
La música es el lugar donde nos refugiamos, es la cámara que nos permite viajar hacia un espacio de significación relacionado con la historia de vida que arrastramos. Pero también puede crear un nuevo portal, una interpretación de algo conocido desde otro ángulo. Así, los temas de amor pueden ser canción política, así yo perreo y pienso, sola, en el futuro de mi país.
Con el tema de la pandemia se han habilitado nuevos lugares de visibilidad de los procesos artísticos, por lo mismo, varias plataformas se han convertido en embajadoras de los creadores, y han diversificado su perfil hacia más de una voz temática/política/polémica/antiséptica. De ahí, el descubrimiento en el portal de Rialta Magazine del documental La bahía (Alessandra Santiesteban y Ricardo Sarmiento Ramírez, 2018).
Cuando estamos fuera de Cuba tratamos de perseguir todas las posibles informaciones, obras, cuentos y mitos sobre la isla; porque se convierte en una obsesión quimérica, en la imagen de un imposible, en el reflejo de un pasado que no para de latir. Salimos con muchas deudas, con la idea de regresar para saldarlas, con el compromiso de visitar todos esos rincones que descubrimos a partir de las conversaciones con extranjeros, y nuestra lista se va ampliando y ampliando.
La historia de la Central Electronuclear de Juraguá es uno de esos mitos con vida, como Yarini, como La luz de Yara, como la Tribu del agua. Son lugares que se esconden tras una cortina de humo que no permite ver la nitidez de su cuerpo, pero de la que todos hablan, y eso lo convierte en trascendente. El documental trata sobre este espacio, sobre la expedición que realizaron los dramaturgos al lugar, y la intensión de representar una historia en el reactor de la Ciudad Nuclear.
El documental presenta una narrativa ya reconocida por los tecnicismos que maneja, por la manera peculiar que decide para armar su enunciación. El documental tiene en el guion, uno de los principales aciertos, y en su diálogo con el teatro, otra de las soluciones que me hicieron, regresar a la escritura.
La bahía presenta su historia a partir de una estructura que implica la primera persona del creador como principal compromiso. Los primeros planos del material son Ricardo y Alessandra tratando de enfocar el plano, de ahí comienza la historia que es filmada por un celular, porque en la Ciudad Nuclear no se pueden usar cámaras por cuestiones de seguridad nacional. El sujeto del material audiovisual, el principal foco de atención, es el diálogo con el espacio que están retratando, porque a simple vista pareciera es la ciudad en sí, más la encrucijada de filmar un lugar “abandonado” se convierte en el leitmotiv de la aventura. El documental muta de ser una historia por representar, a ser la documentación de cómo no se pudo hacer el proyecto de película de Yunet.
La paráfrasis de la narración, es decir, los textos que pasan como subtítulos a manera de bitácora del proyecto audiovisual, condicionan la lectura del documental hacia una posición ambigua, hacia una confesión inmersiva en la Ciudad Nuclear. El documental presenta una estructura narrativa que coquetea con el monólogo teatral, y de ahí la ganancia del material. La representación de una historia en primera persona, grabada con un celular que funciona hoy, como una historia de Instagram o de Facebook.
Las condiciones de compromiso entre el espectador y la obra han cambiado hacia un terreno de intolerancia temporal, no hay muchas posibilidades de conectar con un público hoy, con las mil y una incertidumbre que nos circundan manteniendo la misma fórmula de antes de la pandemia, de antes de la tecnología, de antes de las redes sociales como constante proceso de exposición. Por lo mismo, el documental que se muestra como parte de un proyecto en Rialta Magazine tiene más posibilidades de ser visto que si compitiera en los circuitos de exhibición tradicionales.
La bahía es un material intertextual, no porque cite alguna referencia, que sí pudieran encontrarse alguna que otra huella en su corporalidad, sino porque es una historia varias veces contada. En el centro de la pieza audiovisual está el viaje de Ricardo y Alessandra a la Ciudad Nuclear, luego su proceso de solución y negociación con el espacio y sus singularidades para no perder el viaje, y dentro de esta historia, la de la película de Yunet de los dos chicos que se van a suicidar desde lo alto del vector. Es como una matrioska la estructura del material, y eso es un gran logro, pues al romper con la acostumbrada forma del documental tradicional: una serie de entrevistas para denunciar algo, se ubica en el terreno pantanoso de lo raro, de lo ambiguo, de lo mutable. Por lo tanto, su historia puede ser ficción, puede ser narrativa audiovisual, puede ser construcción minuciosa de una de aventura alrededor de un mito, como esas que he escuchado en la voz de los extranjeros.
Y esta estrategia para representar la accesibilidad a una zona de silencio en Cuba es una manera acertada, y una de las pocas posibles de hacerlo. Hay una escena en la que están los narradores afuera de una construcción en ruinas, y se escuchan martillazos en el interior del espacio, y se lee una preocupación porque necesitan/esperan/quisieran entrar para usar el lugar como posible locación, sin embargo, es imposible porque hay dos torres de vigilancia y un perro que cuida el lugar. Mas adelante son sorprendidos por un policía que les dice que no pueden estar ahí, detalle conocido por los documentalistas.
El material es creado desde la clandestinidad, por eso lo relaciono con las Historias de Instagram o Facebook, porque es como esos videos que vemos en las redes sociales como denuncia de hechos, como registro de cosas inverosímiles. Otra vez, el formato salta como acierto del audiovisual. Cuando estamos viendo La bahía es como compartir la ruptura de una ley, como participar de una infracción sin prever las consecuencias, y ese efecto háptico en la imagen es creado por la cámara en mano, por la movilidad constante de los planos, por la cercanía de las escenas que registran la narración de un par de chicos tratando de conseguir una locación en una ciudad en ruinas.
La bahía es un material que se propone visitar la “inexistencia” de un mito para re-velarlo. Una bahía es un terreno cercado por tierra con una apertura por donde entra agua de mar. Básicamente un espacio dentro de otro mayor; La bahía de Ricardo y Alessandra es también la referencia a un espacio contenido. El documental se valoriza por ser el registro transparente de una experiencia en un lugar invisible. La corporalidad de un mito que se transforma ante los ojos de los incrédulos. El documental se pregunta por momentos si habrán consultado con los campesinos sobre la naturaleza de las acciones/decisiones en el terreno que los implica de manera directa a la Ciudad Nuclear. Y justo quizás por eso la ciudad siga siendo un mito, porque nadie le explica a otro la verdadera razón por la que aún sigue ahí, y hoy con restricciones superiores a las de años antes.
La banda sonora del documental incluye una de las canciones de Bad Bunny donde el cantante narra su mala suerte en el amor, su actual incredulidad y la falta de esperanzas para encontrar una nueva ilusión. Ahora bien, ¿por qué una canción de desamor en la Ciudad Nuclear? ¿por qué un plano casi abstracto de una luz que se refleja en un cristal absorbiendo la atención del espectador hasta alienarlo en una suerte de abducción? ¿cuál es la relación de esta abducción al llegar a la Ciudad Nuclear, a la “bahía invisible” del terreno nacional?
La bahía es una gran metáfora del sentimiento de un país. Es la voz de una generación que se adueña de otros códigos lingüísticos para mostrarse vulnerables. Es la oportunidad de introducir una discusión desde la ubicuidad de un tema eterno (el amor), en otro tema eterno (la patria). Es el descubrimiento de una bahía simbólica mostrada en el mapa urbano de una canción que se manifiesta como desilusión. El documental propone el acompañamiento en el camino de descubrir una posible locación. Nunca he visto un trabajo de producción con tal importancia para el proceso que terminara convirtiéndose en la obra en sí.
Hay que resaltar, de igual manera, la fotografía del material en una suerte de plano subjetivo constante. La visualidad del material se construyó sin grandes pretensiones estéticas, justo por la transparencia en el registro del viaje, para no repetir el propio discurso grandilocuente que signó la construcción de la Ciudad Nuclear. Varios son los planos desde la distancia, o los picados, y planos generales que persiguen mostrar las condiciones del lugar hoy.
Hay un fragmento del documental donde el narrador expresa: “la vida en este pueblo es como la de cualquier otro en Cuba; es muy fácil fascinarse con todo y luego irse.” Y es que este statement es básicamente el espíritu del material. Hay dos ideas contenidas en esta cita: la Ciudad Nuclear no tiene por qué seguir siendo el triángulo de las Bermudas en el país, no hay por qué envolver con una aureola santificante la huella de algo que nunca fue. ¿O es que esta “santificación” es el comportamiento habitual de una memoria impostada, de un mito que nadie vio ocurrir?
La bahía es un material que debiéramos consumir desde la tranquilidad de nuestras casas, dentro o fuera de Cuba. Porque entrar en su bolsa es un privilegio que no se debe opacar. La tecnología nos ha dotado de múltiples soluciones para sobrevivir estos tiempos de pandemia. De hecho, como la música que nos puede transportar a esos espacios aún no vividos, a esas dimensiones subjetivas; los nuevos circuitos de distribución como Rialta Magazine, proponen una travesía por espacios invisibilizados, por lugares desconocidos hasta el sol de hoy por muchos. Yo quiero seguir teniendo esos trucos -que aún no me sé- para descubrir, mejor, Cuba.