¿Se performa la tripa?

¿Se performa la tripa?

Cuando hablamos sobre performance lo primero que viene a la mente suele estar relacionado con cierta actuación, o representación, sin embargo, y en el mejor de los casos, también está relacionado con la declaración de intereses de una persona sobre las creencias que la definen y por las que está dispuesta a implicarse en una lucha/presentación pública. Es el performance hoy más que el lenguaje donde se interactúa con el público entre la presentación y la representación.

Los espacios de enunciación se han convertido en esa línea frontal para embestir al otro, para manifestar las convicciones de cada cual y así concebir la corporalidad extendida de una idea, que nace desde la particularidad de una persona, siendo multiplicada a través del performance por otros escuchas/participantes. Entonces no se limita ya solo a un discurso artístico, sino mezcla su tradición a una estela de transmisiones en cadena que son reproducidas, negadas o apoyadas por muchos interactuantes.

Esta nueva idea de infección debe ser entendida como parte de un proceso de mutación material. Propongo pensar la escena del “performance expandido” como un vínculo que se crea en las redes sociales y sirve para conectar diferentes geografías a través de una misma tesis inspiracional.

Las conexiones que hemos aprendido a crear desde las redes como espacios de desahogo, como lugares de caos y manipulación también, son lo más parecido a la sociedad física, real, que nos es privada en tiempos de pandemia. Creo esta oportunidad de pensarnos desde el encierro ha traído no sólo un punto de vista intimista sobre el proceso de expresión público, sino una mayor conciencia de la dependencia interactiva como sociedad. De ahí que muchos discursos de las artes hayan encontrado también una dimensión virtual para continuar existiendo.

Sin embargo, el performance per se demanda una interacción en el espacio público que difícilmente puede ser sustituido por una presencia virtual, amén de las transmisiones en vivo y demás alternativas para crear el efecto de suceso compartido en “tiempo real”. Lo cierto es que las nuevas tecnologías han permitido sobrevivir en el espacio virtual como si camináramos por las calles que antes solían alojarnos, interactuar con cada persona sin impedir la lejanía donde se encuentre, y manifestar nuestras ideologías sin pensar la censura, que también llega, de los sistemas de gobierno que en otras circunstancias podrían callar nuestras voces.

Ahora bien, esta introducción es para provocar el pensamiento sobre algo que considero sumamente perturbador hoy: la ética intelectual a través de las redes sociales. No es una discusión que surja ahora en lo absoluto, pero sí es una preocupación que he visto desprenderse de muchos foros debates a lo largo de los últimos meses; porque, pensando la escena cubana alrededor de los sucesos del 27N y la huelga del MSI la constante sobre demandar, manifestar, disentir sobre un tema como la identidad nacional, el compromiso con la Patria y la defensa de esas convicciones que definen a cada uno, se colocó en la mira de todos a través del espacio virtual de ese “performance expandido”.

Entonces, mi columna hoy es para pensar algo tan común como el espacio virtual como ágora contemporánea. Esas múltiples discusiones, a favor o en contra, desde la inasibilidad de lo macarrónico, en defensa de lo indeterminable, son también lugares de expresión a los que mirar con detenimiento en vísperas de una imposibilidad física. Luego entonces, la pregunta sería ¿Cómo ubicar el compromiso intelectual cuando existe una pantalla como mediación del texto enunciado? ¿cómo hacer creíble una demanda si los perfiles pueden ser una creación ficcional? ¿hay una verdad en el espacio virtual que permite a la máscara expresar ciertas ideas que, en persona mirando a los ojos, no podríamos?

Las decisiones que se toman frente a la computadora no se perciben de igual manera que delante de un grupo de personas convencidas, exponiendo sus ideas con sólidos argumentos y una pasión desbordante. La pantalla es más que una dimensión visual, el escudo que permite filtrar lo que nos complace y lo que nos disgusta, lo que nos alienta o amedrenta. La virtualidad es un recurso que establece sus propias reglas de existencia y recepción, por ello, hay un entramado diferente en sus recursos expresivos que no permite conocer la totalidad del otro que enuncia. Así, la postura crítica se ve impedida de leer el lenguaje corporal del otro, tomando sólo una parte de lo pensado como tesis elaborada.

Las posturas defendidas en las polémicas entorno a la huelga y los hechos del 27N están mediadas por el tamiz de esta in-localización, y resulta bien difícil ubicar las ideas de unos y otros participantes, debido a la propia neblina que acompaña a la plataforma donde suceden. Se transforma entonces la exposición en un gesto provocador que, desde esta particularidad potencia los niveles de discusión, aunque los protagonistas de estas desaparezcan una vez que se sientan incómodos.

Y entonces la polémica se adueña de una carga simbólica que no posee en la corporalidad física, sino que existe nada más en esta virtualidad, por lo tanto, eso que podría ser una indeterminación cobra una significación en la permanencia en la arena discursiva. En los días de polémicas encontradas, las opiniones corrían por las redes como pólvora. Mas ese río de palabras escritas podría ser también una escenografía de agitadores sin otro objetivo que molestar, que crear una pesadez en el aire y obstruir el verdadero sentido de una discusión tan seria como la que sucedía.

A lo que voy es que, si bien las tecnologías y las estrategias de enunciación en las redes sociales pueden sustituir los enclaves de exposición sobre temas relevantes, perturbadores, definitorios sobre el futuro de una nación, pueden, también, prestarse para el circo de algunos que utilizan esta cortina de humo, para desviar la atención de aquello importante. Es decir, en medio de estas polémicas se puede encontrar lo realmente valioso de una opinión sincera y defensora de una tesis coherente, y al mismo tiempo el comentario sin sentido, vacío y torpe de quien tiene como objetivo obstruir el debate.

El gesto provocador de polémica radica en la sinuosidad de un tema que se extiende a los lindes de otras preocupaciones que no están tácitamente en la idea explícita que convocara la primera oleada de comentarios. Y es que la palabra escrita puede ser tan ambigua, como el gesto de un rostro consternado. Ese que intenta camuflar la idea que sus ojos delatan. Igual sucede con las plataformas digitales, el resultado de la palabra escrita es de igual manera transparente cuando se lee entre líneas.

Mi interés se desata a raíz de estos sucesos que perturbaron a muchos cubanos que estamos fuera y dentro de la isla, porque, otra vez, no es que salieran a la luz nuevas preocupaciones más allá de las que vienen acumulándose hace un tiempo, pero sí es verdad que se mostraron con otro corpus. Por eso mi idea del performance expandido, porque quiero leerlo como un espacio de significación histórico. Sobre todo, porque no se limitó a unos pocos implicados, sino porque tuvo la amplitud de recorrer otras voces -que no cubanas- manifestadas a razón de algo tan importante como la vida humana.

Y no digo sólo la integridad física de aquellos que estaban en huelga de hambre y sed, sino de todos los que llevamos una larga vida en huelga de libertad. La metáfora del performance expandido comprende el gesto de enunciación por todos los medios posibles. No hay en la actualidad una sola manera de expresarse, como no hay una academia para las artes, como no hay un solo camino para legitimar una idea en la esfera pública.

Desde fuera siempre se perciben las cosas con la misma pesadumbre. ¿Cuál es la posición del outsider? ¿Por qué se es outsider? ¿Hay en este posicionamiento una falta de compromiso? Y es que constantemente se nos señala, quizás intencionadamente, de no estar en la caliente, de no correr ningún riesgo, de no darnos golpes. Mas creo que es todo lo contrario. Empujamos como podemos, porque en la modificación del otro que lee, escucha, se contagia, radica la recepción de nuestro performance.

No todos expresan sus ideas de la misma manera, como no son todas las plataformas certeras en la exposición de sus razones, como tampoco son las acciones todas efectivas. El performance expandido se levanta sobre la idea de la escena pública como escenario de un espectáculo que implica la memoria como guion. Porque todos usamos las herramientas que tenemos a mano para enunciar nuestra preocupación. Pues todos, al menos los que sentimos algo por ese lugar que nos vio nacer, esperamos la mejor de las condiciones, como siempre velamos por la salud de nuestros seres queridos.

Cuando se vuela, o se escapa por mar, no se abandona el pasado que nos forma como individuos, sino se fortalece. La capacidad que tenemos los individuos de amar el imposible es la principal motivación para seguir pensando desde la distancia, para manifestarnos donde creemos se nos escucha. Para formar parte de ese performance expandido que es un work in progress sin final.

La ética del intelectual en las redes sociales se mide por la coherencia de sus actos y la pertinencia de lo que expresa, cualesquiera sea su plataforma. Podemos concebir las redes más tradicionales como Facebook, o podemos pensar los blogs, y publicaciones independientes posicionadas en los buscadores de Google. Porque lo cierto es que la capacidad de llegar a otros y contagiar con su postura es lo que determina el interés del verdadero intelectual.

¿Cómo representar la ética intelectual, cómo presentar la ética intelectual? Hay en esta encrucijada el secreto de lo que he llamado performance expandido. Cuando decidimos posicionarnos ante un hecho específico, y damos las razones de esa decisión al público, a los lectores, a quienes se interesan por seguir nuestras palabras, creamos un espacio de enunciación que comienza a reproducirse en la medida en que otros consumen nuestras palabras, y a su vez las cuentan, las comparten, las esparcen. En ese acto de confesión, de argumentación publica en un post, en un comentario, en una réplica, leemos la génesis de la primera de las acciones del performance que tiene como sede la virtualidad de la red social, y que va tejiendo su coreografía a medida que se interactúa con él.

La presentación es transparente como una verdad, se identifica porque puede tener muchas reacciones contrapuestas a su planteamiento, porque, como cada verdad, trae su estela de incomodidades resultantes. La bifurcación entre presentación y representación, puede encontrarse en el vértice donde las opiniones no se corresponden con el extracto de lo manifestado como base, como tesis primigenia; justo ahí surgen zancadillas textuales. Cuando me refería al caos que subsiste en las redes sociales suele estar provocado con motivo de esta representación que se respira cuando no se muestran los ángulos de una verdad y se decide caminar por los senderos más fáciles, en tanto implican, y ahora sí, empujar sin darse golpes.

El performance es una práctica artística que lleva consigo el dolor como principal combustible, por ello muchos de los principales que hoy se registran en la historia del arte son catalogados como violentos, crueles, mortificantes, contestatarios. La presentación como acción de dar a conocer algo, de mostrarlo, de ponerlo a disposición del otro es el ADN de la práctica performática, mientras que la representación suele estar relacionado con las artes escénicas. Aclaro, no significa que las artes escénicas sean menos veraces, sino que persiguen su expresión desde otra metodología. En este caso el performance en las redes sociales, ese que he dado en llamar expandido, no puede fingir su inclinación ideológica, y por tal es, no teatralidad; por eso no finge, por eso se carga como “la estrella que ilumina y mata”.

Llevo un largo tiempo queriendo escribir sobre las redes sociales y algunas ideas que se me ocurren ensayar, mas no había tenido la claridad para hacerlo. Creo que aun no lo hago con toda a transparencia que amerita, sin embargo, al menos espero que esta crónica sirva para provocar, como buen performance, incomodidades en el lector, sirva para repensar las implicaciones polémicas de muchos en conversaciones acaloradas, para interpretar los emojis y las ironías desde otro punto de vista.

Cuando se me ocurría la idea para el texto lo primero que me perturbó fue: ¿cómo leer una polémica en las redes sociales, si hay una imposibilidad medular: la espontaneidad de su alcance? Pues, generalmente las polémicas editadas, publicadas, historiografiadas, han tenido un editor que se ocupara de darle una estructura dramática. Sin embargo, en este caso, eso no sucede, porque ocurre en el muro de uno u otro, en el post de twitter, o en alguna otra plataforma, de ahí que se me ocurriera la idea de performance, pues resulta una semilla que se expone y luego cada uno le da la imagen que quiere, la infección que su cuerpo asimile.

Los performances contribuyen al pensamiento de ideas depositadas en la esfera pública a partir de una voz autoral, y luego esa inspiración performa otra corporalidad, y a su vez otra, y así hasta el infinito. Ya no necesitamos -al menos no para estos- una documentación rigurosa, porque el guion está en el alcance que logren las publicaciones en redes, esa memoria de la virtualidad es la documentación de esa acción performativa. Por lo tanto, estos performances expandidos, que salen de las tripas de los sus participantes no pueden fingirse, porque suceden al calor de la libertad de expresión que no está en huelga, porque su cuerpo no se limita a una singularidad, sino comparte geografía y pensamiento con todo el que replique, contraponga o argumente la acción detonadora.

Así, el performance expandido nos invita a sentirnos vivos con la adrenalina de enunciar nuestro punto de vista, por que con el diálogo también se alcanzan resultados, cuando ambos interlocutores están dispuestos a participar de la presentación, a mostrarse vulnerables a la infección.

Diego Alonso

Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana. Cronista de su tiempo y amante del teatro y las películas de Almodóvar. Ha participado en varios Congresos internacionales con trabajos sobre teatro cubano contemporáneo, ejerciendo la crítica desde varias plataformas digitales. Actualmente cursa una Maestría en Artes Escénicas en Argentina.