Poner un punto final es por gusto

Poner un punto final es por gusto

El país sigue igual: mis amigos presos, son golpeados, humillados. Abandono el texto, no doy por concluido nada. Poner un punto final es por gusto, es solo un hasta luego. Cuarenta años hablando de lo mismo. Cae en el techo arena de la construcción de al lado, el aire trae ese polvo que choca con las planchas de zinc se cuela en la cama donde intento dormir.

En Cuba unos jóvenes en huelga de hambre dejan de comer para despertar un país. Pero cuanto hay que hacer para que se despierte una nación.

Escribo, voy comiendo galletas de sal, mastico lo crujiente; es para digerir las ideas. Se necesita mucho estómago para ver en calma como les dan golpes, como intentan ridiculizar la valentía. Estoy ansioso, no puedo moverme, llueve, hace frío. Respetar el punto final o el punto y aparte sería olvidarme de mí. En todo caso sería una opción, pero no puedo, no quiero. No se trata del lenguaje patriótico, absurdo; una vida como la mía no tendría sentido sin esa lucha.

Las noticias hablan de cientos de venezolanos que avanzan en caravanas, intentan salir de su país. No es coincidencia, otro aliado de Cuba, otro país que asume a la doctrina del socialismo del siglo XXI. Salir, emprender la marcha, cruzar fronteras, ser el extranjero. Saber que hasta aquí llega lo que llamamos Colombia, Ecuador, Perú. ¿Qué se sentirá al cruzar la línea frágil e insignificante, al estar del otro lado, en el otro país, en la otra territorialidad, en otro cuerpo, en la otra jurisprudencia?

No es lo mismo hacer la travesía en avión, el vuelo siempre es desterritorializado, volamos por encima, casi nunca vemos la tierra. Luego el avión aterriza, llegamos al país que nos va acoger, o al país que violamos para quedarnos de una vez fuera del que nos vio crecer.

Una vida nómada: La Diputada, Báguanos, Holguín, La Habana, Quito, trato de seleccionar lo que me llevaré, lo que voy a dejar a algún conocido.

Probablemente nunca vuelva a ver los libros que estuvieron conmigo, libros que pensé siempre me acompañarían y ahora acompañan a otra existencia, dibujos, camisas, cuerpos que veo sonrientes abrazados a otros cuerpos. Los libros están mejores con sus nuevos dueños, están en un librero recién comprado, acomodado con los títulos hacia arriba, las camisas que tanto me gustaban, en esa foto está impecablemente bien planchada, ajustada a un cuerpo oxigenado, que transpira, que va con frecuencia al gimnasio.

Emigrar es dejar de ser, yo constantemente estoy dejando, abandonando.

Mis amigos siguen en huelga de hambre, en un país en que el hambre es el patrimonio nacional. Una revolución que tiene los cimientos en la escasez, en la falta de confianza, en la poca comida, en las pocas opciones políticas, en la no aceptación de las diversidades sexuales, y en donde el arte debe ser militante. Un país en el que lo primero que te enseñan es a morder, devorar al otro, el otro siempre será tu enemigo.

El 14 de octubre de 2018 fui invitado por una amiga a una disco en la ciudad de Quito. Mi sorpresa fue grande al ver en un mismo espacio tanta gente distinta: los jóvenes mochileros de los países vecinos. Si Cuba compartiera frontera con una nación, esa nación no sería un país vecino, sería un país enemigo. Por primera vez supe lo que es tener un país vecino. La desfachatez al vestir de los mochileros, la manera en que ellos fumaban, la calma con que miraban, sus pieles sin cremas, sin perfumes, sin desodorantes, sin maquillaje. De sus cuerpos emanaba ese olor humano-animal que hacía años no sentía, ese olor que me recuerda mi infancia, cuando vivía en el campo, y de niño iba hasta el portón de tablas sin pulir, a recoger la leche recién ordeñada. Ancelmo un hombre alto fuerte, se bajaba del caballo, extendía sus brazos y me daba el pomo de leche. En ese momento sentía ese sabor agrio-dulce-fermentado que salía de sus axilas. Su rostro húmedo por el sudor.

Cuando hablé en un poema de la espuma del sudor en la piel de los caballos, me refería al caballo que transportaba a Ancelmo. Él siempre tuvo ese tufo, no sabría definir si ese vaho le pertenecía a él o al animal que lo llevaba.

Habían hombres ya entrando a los 40, con camisas y sacos, perfumados, acompañados de mujeres que les miraban con admiración. Al final de la noche, estos hombres les harán el amor a dichas mujeres. Quizás por compromiso, o por insistencias de ellas.

El grupo más excéntrico de la disco eran unas mujeres amigas, de estatura baja, vestidas con los trajes típicos indígenas, estaban sentadas en un sofá esquinero, le acompañaban hombres jóvenes, parecían hermanos, o novios. Curioso, extravagante, era ver ese grupo de mujeres. A pesar de que ellas no querían ser observadas, todos reparaban en ellas. Parecían tímidas, aunque hay que tener voluntad para mantener la tradición de sus vestimentas. La misma voluntad se debe tener para violentar, para romper con la tradición política de un país como Cuba. Más de 60 años con un solo partido oficial, más de 60 años dirigidos por la misma persona.

Las miradas de las mujeres que vestían los trajes típicos se dirigían al suelo, sus ojos nunca a la altura de otros ojos. Sin querer, estas mujeres eran el centro de la noche, ni los mochileros con sus desaliños, ni los hombres de negocios que hablaban alto, para que todos sepan sus transacciones, ni si quiera la pareja de lesbianas que se besaban en medio de la pista, rozando sus sexo; ningún grupo llamaba tanto la atención como ellas.

¿Cuándo fue que la tradición empezó a ser extraña? ¿Qué razón tendrían para ir vestidas así a una disco? ¿Cuánto de disfraz tiene la sinceridad? Parecían los maniquíes que vi por la tarde en la Sala de Antropología del Museo Nacional. Eso justificaría la mirada extraña de todos. Si algo interesante tiene Quito, es que parece una ciudad para la contemplación, todo está acomodado para ser observado. Al igual que en los museos nada se toca, ni es alterado, ni es movido, se habla tomando distancia. ¿Por qué las muchachas que vestían atuendos indígenas no quisieron ser otras?

Yo constantemente intento ser otro, aunque en realidad no me alejo del núcleo que me define. ¿Existe alguna ciudad que haya influido en mí? ¿Cuál es el lugar en el que he vivido mayor tiempo? El tiempo no es solo, lo que se demora en dar una vuelta completa las manecillas del reloj, o la sucesión de los días, meses, años, ese cúmulo, abultamiento de cifras. Sé que ese almacenamiento de números no determina nada; es la intensidad de los segundos lo que marca los días.

Hace mucho no vivía, de nuevo siento miedo, el miedo me hace valorar el instante que respiro. Respirar un aire que pasa por los filtros de la mascarilla. Respirar fuera del país natal el contraído y violento aire del país que abandoné.

Valorar los cuerpos que reclaman con su cuerpo. Una revolución traga cuerpos, carne dispuesta a morir. El cambio necesita de la gente que no tiene nada que perder, que lo ha apostado todo por el intento.

Estuve muchos años en Holguín, ciudad del oriente de Cuba; no recuerdo que ese lugar haya influido en mí. Rechazo con frecuencia lo que tengo. Hay un ardor en el centro de los estómagos de los huelguistas. Cuando veo sus videos, sus labios están resecos, cuarteados, no se entiende lo que dicen. No tienen saliva, no pueden ya paladear las palabras.

No recuerdo ninguna persona viviendo conmigo. No he sentido la influencia de nadie. Poner un punto final es por gusto.

 

 

(Créditos de las imágenes según el orden en que aparecen)

  • Ilustración: David Sánchez Santillán.
  • Foto tomada de Facebook donde se observa a los huelguistas de Damas 955 en San Isidro, Cuba.
  • Foto de Diego A. Lucero.

Yanier H. Palao

Yanier H. Palao (Holguín, Cuba, 1981) Restaurador y artista de la plástica. Ha publicado los poemarios: "Sombras del solo" (Ediciones Holguín, 2005), "Peces en bolsas de nylon", (Ediciones Ávila, 2009), "Música de fondo" (Ediciones La Luz, 2010), entre otros. Recibió el "Premio Calendario" en Poesía en 2012. Es coautor, junto a Luis Yuseff, de la selección "La Isla en versos: cien jóvenes poetas cubanos" (Ediciones La Luz, 2010). Recibió la beca de creación literaria que otorga el proyecto "Torre de Letras", que dirige la escritora Reyna María Rodríguez, 2016. En el 2018 publicó por Letras Cubanas "Óxido". Pertenece al grupo literario Pluma Andina. Sus escritos aparecen en varias revistas electrónicas.