Cuando leemos un texto que nos llama la atención, que nos seduce, por lo general intentamos buscar más sobre el autor. Así vamos creando una afinidad con él, o ella, y tratamos de perseguir sus palabras dondequiera que estas suenen. Para eso se escribe esta columna como principal objetivo. Memories es una plataforma que persigue la cercanía con el lector interesado en el teatro, en una voz personal con una dicción específica y la interpretación del producto artístico sobre un background determinado de artes visuales, cine y teatro.
Si bien es cierto que el cúmulo de publicaciones que suceden a la presente editorial serán sobre la escena cubana de teatro, sobre fenómenos performativos contemporáneos, también hay que mencionar que por momentos habrá alusiones, visitas, polémicas, sobre propuestas del teatro latinoamericano que rocen la creación del archipiélago caribeño.
Memories es un lugar donde se puede encontrar una cercanía con la voz del escritor joven que se pregunta constantemente por qué pensar el arte como un producto despolitizado. Cuando se alza la voz, y se pretende asir una declaración sin sopesar sus alcances desde todos los ángulos posibles, se está traicionando el objeto/suceso/fenómeno analizado. No hay en la creación una posible inocencia enunciativa, y por ello, aun en medio de tantas voces resonantes seguimos creyendo, acompañando, cuestionando la postura de nuestros artistas.
Memories es el recuerdo de un pasado, tal como narra la canción del musical Cats (1981) que popularizara Barbra Streisand. En los textos se persigue el resplandor de un presente fugaz, la felicidad que se nos escapa en una noche, porque el teatro también mantiene este ADN. Ambos discursos muestran la personalidad de sus autores en lo efímero de sus corporalidades. Tanto el discurso escrito, como el representado en la escena, movilizan sus latidos en función del otro. Los textos que sean publicados en esta plataforma salen de mis entrañas para ocupar las tuyas, para movilizar el pensamiento del lector en busca de un recuerdo que no descansa en la gaveta de “escenarios insípidos”. Si por alguna razón se trajera a discusión un montaje que aparentemente es insulso, será para modificar esa opinión, para diseccionar su corpus en busca de su alma, tras el rastro del conejo blanco y con la esperanza de llegar ante la Reyna de corazones.
La columna intenta una búsqueda que se acompaña del espíritu inasible de un tiempo determinado, no hablo de un escape a los lamentos de la pandemia, sino de un vínculo especial, un lazo que no consiste en el padecimiento de una totalidad, sino en la posible fragmentación de varios procesos culturales. La temporalidad para el arte es fundamental, de ahí que siempre tengamos que estar regresando en/a el tiempo y espacio de las historias contadas.
Los recuerdos nos permiten ese pasaje gratis, nos permiten estar en contacto con el más allá, desde el más acá. Por qué nombrar “memories” a un lugar que persigue el instante como principal medio de contacto. Los recuerdos seducen con la improbabilidad de su certeza, nos mantienen en una colina sin poder atravesar la bruma del otro lado. Así esta plataforma busca un espacio donde fabricar una ficción alternativa. Porque el periodismo, la crítica de arte y la crónica son modos de narrar una experiencia compartida. Un texto que se escribe para ser publicado hay que pensarlo, ante todo, como una ofrenda al lector.
Si repasamos los múltiples lugares que nos acosan desde Youtube, Instagram, Spotify, Twitter, Facebook, Tik tok, y sus mil variaciones; todos ellos comparten un mismo denominador: la necesidad de socializar una experiencia. Ese móvil ha sido desde las cuevas de Lascaux el que ha dado forma a las ideas compartidas por un individuo a una multitud. Yo también quiero sumarme a esa historiografía, y como aún no hago mi canal de streaming, pienso esta puede ser la forma de ensayar las estrategias de convencimiento, de enamoramiento, que me entrenen una vez que se lance mi transmisión online.
Hay muchas preguntas que pueden asomarse cuando se descubre el nacimiento de un nuevo vicio, porque una columna lo es. Que nadie dude que, aunque la periodicidad de estas publicaciones será mensual, escapa a la dependencia, sólo que, en este caso, y para bien de nosotros los implicados, es un vicio beneficioso. Eso me digo cada vez que me sorprendo esperando la publicación de otros columnistas que sigo, porque no se sientan mal, esto es un mal que agobia al mundo, como el cigarro, así que, si espera sentirse hípster, este es el primer paso.
La selección de los materiales que se comenten estará determinada por los acontecimientos que le ocurran al autor, y es que muchas veces el azar concurrente coloca una experiencia apenas verosímil en tu camino, y ella detona un pensamiento, un post, y en este caso un texto. Así los lectores podrán también vivir mi cotidianidad. La literatura con la irrupción de la intermedialidad se ha visto contaminada por más de una influencia. Ya no estamos únicamente perseguidos por las lecturas de nuestros contemporáneos publicados, sino también cada uno posee la decisión de su editorial alternativa, ¿qué son las redes sociales sino el mercado negro de los pensamientos publicados?
El mecanismo de curaduría temática, si se quiere, es un proceso psicoanalítico voyeurista del otro que lee. Y esta idea convierte a la columna en algo vivo, en una extensión de mi personalidad. El proceso de escritura siempre ha sido una comunión individual, un ritual en solitario que se abre al público cuando termina el sacrificio y se exhibe el cuerpo de la víctima. En Memories, como producto de su tiempo, tenemos ese ritual, y en la piel de la víctima una inscripción que le permite al lector entender el modus operandi del sacerdote. La lectura de las publicaciones en esta plataforma disidente no es una tarea “obligada”, sin embargo, es un sendero que se disfruta, como todo lo peligroso.
Salirnos de la media es lo que persigue este autor, por eso la recurrencia a los recuerdos. Aun mantengo en mi memoria la primera vez que se me invitó a colaborar con este sitio, que he visto nacer, y he acompañado desde aquel primer texto, todavía siento ese embrujo de lo clandestino. Todavía me sorprendo susurrando las siglas del sitio MDC (Museo de la Disidencia en Cuba) con amigos, con precaución de no ser descubierto, aunque ya no deba temer, especie de efecto del síndrome de Munchausen.
Cuando nacemos en una isla siempre estamos buscando escapar, y cuando lo logramos, nos pasamos el resto de la vida tratando de regresar, un poco dramático, un poco como Sísifo, pero nada tan cerca del karma que seguimos los cubanos. Por eso nuestra historia es cada vez más perseguida, por eso cada uno de los testimonios de quienes nacemos en esa geografía tiene tanto valor. La columna es en esencia un espacio para ficcionalizar mi vida. Delante de ustedes, parado en el escenario, como bateador emergente, salgo como La Agrado en Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999), a recordar cada uno de esos momentos que viví, o quisiera haber vivido; y esa es la magia de esta publicación: la inasible presencia de una imagen que nunca sabremos si es real, pero vale la pena compartir.