La postergación de la Bienal de La Habana, prevista para el 2018, confirma algo sobradamente conocido por el gremio: para el Estado Cubano, el espacio artístico no representa una esfera de poder.
Imagino, por un instante, la voz enérgica y sentenciosa del Ministro de Cultura, ante su séquito inerte, endilgando ideas como consignas patrióticas:
El arte puede y debe sacrificarse ante la crisis. Los artistas deben bajar de esa nube en que viven, a darle el pecho a la situación. Renunciar a la Bienal como una muestra de absoluto estoicismo… ¡Eso sí es revolucionario! El Estado puede y debe encontrar en el arte su tabla de salvación…
Y pienso que siempre hemos sido de extremos. Sacando de aquí para meter allá. Desvistiendo un santo para vestir otro. Endeudados con la expectativa. Bajo el miedo de lo inestable que, en nuestro caso, es el reflejo de lo incompleto.
La conciencia del cubano se construye desde la tolerancia hacia lo imprevisto. Una frase recurrente, en boca de todos, religiosos o ateos, invoca a Dios como la suprema voluntad de poder. En ese “Si Dios quiere” nos va la vida. Pero también ha sido la solución para restarnos responsabilidad por lo que pasa: ante el fracaso, resulta más cómodo creer que Dios no quiso, que nos ha dado la espalda.
Luego, culpemos a Dios por la ocurrencia de enviarnos un ciclón con nombre de madrastra, cuya secuela forzaría la suspensión de la Bienal. Saldremos mejor pensando que Dios, ese hijo de puta que manipula nuestra suerte, no consintió que para el año próximo tuviéramos Bienal.
Dios es el burócrata, el sujeto retrógrado que nos arruina la existencia. Dios, es el funcionario que enjuicia y ejecuta semejantes desmanes. Dios, es el censor que reprime la voluntad de los que no concuerdan. Dios, es la matriz ideológica que inocula a tantos y tantos adalides del oficialismo. Dios, es una especie de Robin Hood que le quita a los artistas para darle a los hoteles en Varadero y los cayos del norte (espero también se sensibilice con galerías como Luz y Oficios, al borde de la clausura). Dios, desde luego, es un tipo disfuncional y retorcido que se desquita con nosotros. Dios, el omnipotente, se siente a gusto en esta islita tropical, y en ella pone todo su interés, casi siempre para mal.
Equivocado y ciego andaba Nietzsche: Dios no ha muerto; en todo caso se insularizó. Aquí, en Cubita La Bella, lo revivimos a diario. Lo padecemos sempiternamente.