Cada vez resulta más complejo definir, abordar, siquiera conversar sobre los discursos del arte en la época contemporánea. Sin embargo, los asideros que lo circundan suelen mantener las mismas cúpulas de enunciación, mas sólo cambia el ropaje de sus santos, la pintura de sus barcos, el nombre de sus cruzadas. Por lo tanto, un recorrido por las galerías de la ciudad no es más el excitante mapeo que hace unos años realizaba con la ilusión en los ojos.
Las ciudades tienen en la expresión plástica de sus artistas una magia que puede determinar los trasiegos de sus habitantes por las zonas simbólicas de sus calles, esas que no podemos palpar con la mirada agnóstica, sino que sentimos desde el latido de sus paredes. Así que, si asistir al encuentro con la legitimación creativa nos abandona, siempre nos queda la aventura de unos paseos urbanos, unas visitas a esas cúpulas sin la pericia del creyente, con la inocencia del expectante.
Las galerías de La Habana en el comienzo de este año no prometían una seducción, desde mi agenda preparada en la distancia, para actualizarme con las nuevas propuestas de los artistas conocidos y los descubrimientos nuevos a la -posible- vuelta de la esquina. Porque si algo me apasiona es caminar por los sitios que antes solían ser protagonistas de mis reseñas y descubrir que siguen vivos, aunque no los visite con la periodicidad de entonces.
Así llegué a la Galería Villamanuela, un espacio de referencia para cualquiera que pretenda tener un conocimiento actualizado sobre las artes visuales en la isla. Con el sabor nostálgico de los encuentros de años atrás abrí sus puertas, dispuesto a encontrar un portal simbólico, una dimensión paralela a esa realidad, una escapatoria al calor sofocante del invierno capitalino.
La muestra que estaban exhibiendo es de Tomás Núñez (Johny), un artista que se mueve por varios registros de la visualidad y al que es imposible encasillar, aunque su desempeño en la escultura lo pudiera catalogar como parte de este lenguaje. Sin embargo, lo cierto es que su obra se mueve por la instalación, la pintura, la intervención urbana, y sí, por supuesto, la realización de esculturas monumentales emplazadas en varias ciudades del país.
Recuerdo que la primera vez que supe de su estética fue en una edición del Simposio de Escultura Monumental Rita Longa, que organiza el Consejo Provincial de las Artes Plásticas en Granma. Allí descubrí cómo el Johny se regodeaba en el reciclaje de los más disímiles objetos, para fundir en un universo escultórico, la creación de un cuerpo nuevo, que nace en las historias de sus referentes y luego muta hacia el dominio de otro dios, en este caso uno sin dogmas preestablecidos, uno que valora la voz interior de los esos fragmentos y los aglutina en un coro polifónico sin opacar el timbre de ninguno de ellos.
La muestra personal de Villamanuela se titula Vidas, y como su nombre deja entrever, es la expresión de varias proyecciones que se enfocan en ciertos elementos simbólicos del cubano, o más bien, presentes en el imaginario como detonadores de procesos culturales que nos acompañan desde pequeños hasta el fin de nuestros días, cualquiera sea la geografía que nos albergue. Y aunque pareciera que estoy hablando de la migración como tema central, no es tal su inclinación, o al menos, no completamente.
Las obras de la muestra siguen destacando por la amplitud de su alcance sígnico, por la factura, y su complejo entramado narrativo. Hay en la selección curatorial un cuidado en la museografía que permite elaborar con un número pequeño de piezas un discurso contundente, y una experiencia en el espectador que le aporta el placer estético de una buena muestra, y el dolor de la lectura de algunas obras que dialogan con varias imágenes del pasado visual del arte cubano. Y es que resulta innegable para los artistas contemporáneos divorciarse de estos referentes, en lugar de citarlos, subvertirlos, yuxtaponerlos.
Hay que reconocer como primera opción la pieza Ruleta (2018, materiales diversos, 120cm). La misma es de una hechura que recuerda los juegos del azar, sin embargo, en esta ocasión el premio es la vida, el futuro. Al centro de la ruleta, hecha con fragmentos que aluden a remos y partes de botes, de esos que usan, aun, los migrantes para escalar en las geografías hasta alcanzar un prospecto de vida mejor hay un caimán; la metáfora simbólica de la isla que se ha popularizado en muchas de las representaciones del territorio desde hace algún tiempo. Si bien es cierto que no hay novedad en la ilustración de las problemáticas abordadas, hay que destacar la pericia en la construcción del artefacto que lo demarca de las anteriores trasnochadas. La pieza del Johny habla de un oficio de la escultura y del ensamblaje como esa producción de significados que se muestra a partir del recuento de cada uno de sus elementos compositivos.
Creo, no podemos tildar de simplista la obra del creador, aunque sus propósitos no llegaran más allá de la alusión. Porque en algunas ocasiones las expectativas nos conducen hacia el mar de los falsos enunciados, de las pretensiones inalcanzables, y si hay algo que desde mi primera visión de la obra del Johny recuerdo, es la presencia escénica de su construcción y la sinceridad de su planteamiento: es lo que vez.
Por otro lado, la obra Dead horse (2018, acrílico, metal y madera, dimensiones variables) es de una sutileza que la destaca del resto. En la composición hay un cuadro y un elemento escultural. Un pequeño caballito de madera como los que usan los chicos para jugar cuando son pequeños, como las mecedoras que las madres ocupan en el balanceo que embelesa la criatura y calma su ansiedad, su inconformidad. Es un caballo como el de Troya, como muchos otros que han pasado por la historia de la humanidad, posicionando el poder del animal como una fuerza capaz de vencer el imposible, amante de la libertad.
Mas, el principal logro de la pieza no radica en los símbolos que podemos decodificar en su lectura, sino en la manera en que la iluminación deja ver la silueta de una virgen, que bien pudiera ser la patrona de Cuba. Con la realización de este juego de imágenes se catapulta la sinceridad en la creación del autor; en una suerte de petición, en un alegato que habla de cómo estamos atados a la fe, de cómo, aunque en un tiempo pretendieron desterrar la creencia de nuestro pueblo, hoy es lo que nos mantiene con vida. El caballo que está encadenado a la silueta es nuestra arma secreta, es el móvil que acompaña nuestra lucha, es el lomo sobre el que cabalgamos para conquistar cada mañana nuestra existencia.
Las piezas que componen la exhibición del artista cubano no están divorciadas del sentir de su contemporaneidad, porque no hay creador que pueda alienarse a su contexto. Son un cúmulo de objetos que resignifican su corporalidad para evocar otros espíritus que nos acompañan desde que el mundo es mundo. Hay una búsqueda en el presente que se alimenta de una memoria que los frisos elaborados por el Johny presentan como espacio de reflexión. La mayoría de las obras que son “vidas objetuales” recorren el trasiego de una creencia popular que parte del viaje como imposible del isleño.
Al salir de la galería no me atacó el desconsuelo como en otras muestras que comparten semejantes discursos conceptuales. No me cuestioné por qué, no le cuestioné por qué no me hizo recordar, vivir esos espacios del imaginario que tantas veces he visitado, sólo seguí mi camino, con la esperanza de llegar a Galería Habana y ver la muestra de Esterio Segura que estaba anunciada en su frente. Sólo continué mi vida, como siempre lo he hecho, con el recuerdo de ese caballo que me acompaña en cada despertar, con el reflejo de esa virgen a la que siempre pedimos luz para guiar nuestros caminos.